122. Pan



Entrando a la panadería un hombre joven, en la treintena, bien vestido y tapado, me ha abordando pidiéndome para una barra de pan. Le he dicho que no. No me gusta la caridad, la doble humillación, la afrenta de quien recibe, la culpa de quien da. Son las instituciones las que preservan la dignidad, las públicas y las privadas. A la salida, como seguía allí, le he preguntado si realmente quería la barra de pan. Se la he dado. Cuando me iba, volviendo atrás la cabeza, el hombre seguía allí, abordando a una pareja. Hace unos días, otro hombre, más viejo, peor vestido, a 50 metros: Dónde está Caritas, dónde está, me gritaba con urgencia y exaltación, más tomado por algún desequilibrio mental que por la necesidad. A ver cómo el país asume sin un plan ambos desequilibrios.

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