141. Ceguera
Lo
sorprendente no es que lo votasen, sabiendo quién era, con quién se
aliaba, cuánto duraban sus principios, sus promesas, sus
declaraciones de fidelidad o de rechazo, lo sorprendente es que lo
sigan apoyando después de todo, que hagan de su ceguera una
profesión de fe. Es desesperante su inflexibilidad. Lo apoyan sin
hacer recuento de la ruina, sin ponerla delante de sus ojos para
preguntarse qué hacemos ahora, cómo salimos de esta, qué plan
trazamos, dónde ponemos el acento, a quién ayudar y bajo qué
condiciones, cómo reconstruir la producción y mejorar la
productividad, qué ramas apoyamos para generar empleo, qué opciones
de futuro ofrecemos a quienes han perdido el trabajo o aún no lo han
encontrado, qué
cosas tenemos que tocar de la estructura del país que no ha
funcionado o no lo ha hecho bien, en la educación, en la sanidad, en
el poder territorial, más
allá de la ayuda económica que ahora les ofrezcamos para salir del
paso, y con quién contamos, qué coalición formamos para poner en
marcha el plan cuando lo tengamos, si es que nos decidimos a tener
uno, si vamos a dejar de considerar enemigos a quienes necesitamos,
si les vamos a ofrecer formar parte del gobierno o solo vamos a
pedirles apoyo incondicional o
debatiremos con ellos las necesidades de país.
Sorprende
y desespera que quienes
consideras tus amigos no se planteen estas cuestiones, que sigan
caminando por el borde del precipicio insultando y escupiendo a los
que se pasean por el otro borde que
a su vez les escupen a ellos gustosos, como si la política se
redujese a un buen insulto o a un buen escupitajo,
enfrentados a ellos, sin un esfuerzo mínimo por objetivar la
realidad, hombres y mujeres leídos, con formación, con
conversaciones a veces ilustradas, no necesariamente radicales en
otras cuestiones, cómo es posible que se sientan cómodos en su
ceguera.
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