Qué suspense, esperar que me escribas, que me contestes. Pienso, la habré herido, habré sobrepasado algún límite. Pienso en un jarrón valioso, de los que no se tocan o hay que hacerlo con mucho cuidado, como si este breve contacto que mantengo contigo pendiese de un hilo, que en cualquier momento se pudiese romper, y entonces yo perdiese algo irrecuperable, algo de valor imposible de calcular. Por eso estoy en vilo, a la espera. Por eso no te escribo. Eso ha hecho de ti una imagen etérea, en el viaje no te toqué ni una sola vez, aunque me moría de ganas, ni un apretón de manos, ni un ligero roce, ninguna despedida. Recuerdo como un momento único, en Dubrovnik, en la visita con guía. Estábamos en la Casa del Rector, en el claustro, hacíamos círculo alrededor de la guía. Había buscado tu mirada, aunque no la encontraba. En un momento determinado tú estabas junto a mí, apenas a medio metro de distancia. Ansiaba que nuestros brazos se tocasen. Pero estábamos tan cerca que yo sentía tu ol