355. Friedrich y la mixtificación


La historia de la pintura moderna es un proceso de sofisticación. En algún momento del gótico, en las ciudades de la Hansa, los pintores miraron alrededor y cundió la sorpresa. Ver, mirar, descubrir lo que tenían ante sus ojos. Quedaron deslumbrados. Mirar era descubrir. De golpe se les cayeron las vendas. Era tan pecaminoso, tan revolucionario, mirar para conocer, que algunos no pudieron soportarlo e hicieron el camino de vuelta al mito. Sí, dejaron de ilustrar los dogmas cristianos, aunque no todos, para volver a Grecia, algunos a sus ruinas con melancolía, otros a la ilustración de Homero y Virgilio. Unos pocos se mantuvieron fieles a lo que acababan de descubrir. Y así nació el mundo moderno.


La gran vuelta atrás, la gran mixtificacion fue el romanticismo: en su afán por particularizar la mirada mixtificaron la naturaleza, privilegiaron el punto de vista, la pastorearon, la llenaron de una humanidad imaginaria, dulce musical poética. De almas trascendidas del clasicismo idealizado, en muchos aspectos moral, pasaron al disloque irracional e inmoral.  


Tuvieron que volver a perderse los pintores, que sus ojos dejasen de oír, de vuelta al campo para que el pincel reconociese de qué estaba hecho. Barbizon. Corot, Courbet. Hasta ahí. Durante un tiempo, otra vez, pintar era mirar: luz, color, contraste, la naturaleza desinmantada. Ni siquiera el realismo, la mayor parte costumbrismo y tipos, tan burgués como el romanticismo, fue consecuente. A veces se encuentra la verdad escondida entre pintores con poco o ningún nombre. Max Liebermann, un descubrimiento, hace honor a su nombre. 


Décadas con ese esfuerzo, peleando a brazo partido con la sucia mirada heredada para que unos pocos volvieran a ver al hombre en su sitio. Los impresionistas probablemente descubrieron que podían huir al mismo tiempo de dos cosas: de la mixtificación y del esteticismo. No ha habido otra revolución comparable desde el gótico tardío. Aunque como toda revolución no tardó en convertirse en pesada losa difícil de levantar


Un pintor como Friedrich, tan mediocre, ahora que me paseo entre sus obras (Kunsthalle, Hamburgo), es el ejemplo perfecto para apreciar el daño del romanticismo. Creó un icono pero encadenó la mirada. El mundo se ha llenado de sus mixtificaciones. Sus imágenes han colonizado la mente de turistas y montañeros. Todos quieren hacerse un friedrich, adoptando su engañoso punto de vista, simplificando el paisaje, rindiendo la libertad de mirar, de conocer, al espantajo del individuo poseído de sí mismo. Esa mirada corrompida y corruptora es su legado, el que impregna los millones de fotografías que cada llenan la nubesfera de basura.

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