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Mostrando entradas de enero, 2020

31. Khorog

Hoy he visto en la tele la singular iglesia granítica de planta oval, o, quizá, en forma de vieira, en medio de la plaza, recordaba hab er la visto hacía unos meses, ¿Extremadura, Andalucía?, h abía l legado en bici, eso es seguro, es más, había dormido en ella, incluso recordaba el bombón de chocolate que me había comido en e sa plaza , pero no había manera de dar con el nombre , ¿pueblo, ciudad?, h asta que l o he visto escrito , Pontevedra, en letras de granito, no he podido identificarla, l o mismo me ha ocurrido con el nombre de una chica con la que salí unas semanas hace un año, antes de dar con la bici en esa plaza, no recuerdo e l nombre, t endré que mirar en la lista de WhatsApp para ver su nombre y, acaso, reconstruirla como personaje, también recuerdo, ahora que soy consciente de los agujeros de la memoria, el país, la ciudad, el hotel, la hora del atardecer, el parque de estirados a bedules a cuya puerta una muchedumbre de alfombras estaba a la venta, e l

30. Luz ambarina

E n el p aseo vespertino de las siete a las ocho, siempre bajo el dulce y a gitado arrullo de Beethoven, compruebo que c ada día que pasa la luz dura un poquito más, h oy bajo una mínima lluvia, m enos molest a que la de los días pasados , p rotegido por la capucha de l a gabardina, a diferencia d e los días anteriores a Navidad cuando la luz se iba cerrando poco a poco. C ontemplo desde arriba, desde la meseta del castillo, los bordes de la boina b eige que cubre la ciudad y los barrios industriales, c onsciente de mi cuerpo, de sus flaquezas y efusiones, qué otra cosa que cuerpo soy, e sta máquina maravillosa que la naturaleza me ha regalado, ¿es que s oy algo más que cuerpo? Lo s iento hoy con las sensaciones más vivas porque es como si deambular a con el alma extraviada, como si se me hubiese escapado buscando con quién tener una conversación exaltada, influido por lo que oigo de la amistad entre Beethoven y el violinista Amenda. Beethoven me envuelve en un rom

29. Un instante en el bar

Tres chicas, con el cigarrillo y el café en la mano, hablan de Rubén, su carga de trabajo y lo mucho que le cuesta protestar, Rubén, una, l a de larga melena negra, levanta la cabeza, la gira y expulsa una l enta y prolongada bocanada de humo, cuando la devuelve a su posición natural ve que la miro, no es particularmente atractiva, o sí, pero es mucho más joven que yo, "Quién me defenderá de tu belleza", dice hoy uno en el periódico, recordando las calabazas que a S tendhal en Rom a le dio su amante, lo dejó por su primo, siempre hay alguien que nos deja, a la vez que recordaban, el articulista y Stendhal, el amor loco de Miguel Ángel por Tomasso, treinta años más joven, "Quién me defenderá de tu belleza", ni que yo fuera Chaplin y tú Oona O’Neill, le digo a la larga melena negra , con que tú fueras la misma Oona y yo Salinger, me conformaría, un sufrimiento creativo, ya sabes, no me ha comprendido, ha dado una fuerte calada y me ha arrojado el humo a los oj

28. Arrogancia

Qué placer las mañanas hacia Celada, conduciendo sin más. La mente liberada de las ataduras visuales. El paisaje corriendo sin que ningún elemento se imponga. Entonces, la mente discurre y asocia. Aparecen conceptos envueltos en música, la suya propia o la que viene de la radio. Arrogancia. Tanto de lo que creo saber, pero de lo que no sé nada. La arrogancia del ignorante. Me avergüenzo, ahora en el silencio de la cabina del coche, de mi incontenible impulso a fijar ideas, cuando sólo son intuiciones, en el mejor de los casos, y mera repetición, en el peor y más común. La primera arrogancia, la más abultada, la de hacer como que vamos a vivir siempre, como si en el horizonte no estuviese la propia muerte. Lo pienso mientras te hago mirar el día por la ventana, el día gris, uno de una larga serie, uno más del plazo a devolver del préstamo que se te concede, uno que tus pies arrastran sin fuerzas, casi te llevo en volandas, temiendo que vayas a derrengarte y no te pueda levanta

27. Decimos cosas

La mayoría de nuestros actos no tienen trascendencia, son banales. No siempre es así. Decimos y hacemos cosas por nuestro trabajo o profesión o en nuestra familia o en el grupo de amigos que afectan e influyen en otros. También cuenta la inacción. Hablo de conductas normales, no patológicas. Podemos hacer desgraciados a otros. Todo el mundo tiene experiencias desagradables en una ventanilla o a través del teléfono. Gente que hace mal su trabajo, meros burócratas, vagos, incompetentes por falta de empeño. No hablo de corruptos, egoístas, enfermos. Los peores casos se dan en la administración pública: maestros, médicos, policías, empleados públicos en ventanilla o a través del teléfono. Contra el muro que representan cuando hacen mal su trabajo, aparece la impotencia. Tienen el trabajo asegurado, representan a la autoridad, no eres nada frente a ellos. Te vuelves a casa o haces lo posible por qué te atienda otra persona, dejando de lado esa puerta cerrada, ese absceso. A veces ese ma

26. De caza, excavaciones y pinzamientos

Me sorprende el cambio, hasta pareces locuaz, no es que mantengas una conversación pero dices cosas. T e pongo en las paralelas y caminas sola tras un leve empujoncito . Contemplamos embobados l as geometrías del atardecer de una nube de estornin o s, sus danzas y contr a danzas, hasta que desaparecen detrás de un palomar, cuando apenas queda luz. H an encontrado el árbol, en una finca vallada, d onde pasar la noche, así que, mientras caminas, te cuento mi conversación de ayer, en realidad tre s , tres charlas con tres personas, esas sí locuaces. No hizo falta que les diese pie, un día por el campo da para eso, para charlar. El primero, B ertones , ex cazador, me hablaba del fin del periodo de caza. - ¿Hasta 1000 euracos? - Entre 800 y 1000 y hasta 1500 se llega a pagar, depende del tamaño, pero sobre todo de la cornamenta, del árbol que llevan en la cabeza - ¿ E ntonces son ciervos? - A lgunos, pero sobre todo corzos, d e los que te hablo son corzos de rec

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Todo a nuestro alrededor es adjetivo, exceso, saturación. Sobra todo lo que se dice porque ninguna palabra se fija para que signifique una sola cosa. Ya nadie toma la mano de un hombre y la aprieta para dar conformidad a lo que se ha dicho: las palabras se pronunciaban una vez y ambas manos sabían al instante lo que querían decir y su valor. Necesitamos una larga cura de silencio. El primer paso es ausentarse del ruido, de todo cuanto se dice sin nada que decir, pues todo a nuestro alrededor es ruido.

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Estás más débil, el incidente hospitalario te ha dejado sin fuerzas, como un pajarito te has quedado, así lo hubieses dicho tú, con ese toque de humor inofensivo con que hablabas de los demás. Nunca te oí hablar con desconsideración, si pensabas algo malo te lo callabas. Ahora con un sí te vale para decirme que quieres andar. Te pongo en una silla con ruedas, la primera vez. Subimos al piso de arriba, al gimnasio. Me cuesta levantarte, ponerte en movimiento, el pinzamiento sigue ahí, sin pintas de que vaya a remitir. Los primeros pasos son casi imposibles, temo que te vayas a desplomar, temo tener que levantarte del suelo, pero no, caminas y a poco un poco más rápido. Junto a la ventana te describo el día gris, el neblinoso sol, un mochuelo solitario en una rama, los blancos vagones del tren en la lejanía, consigo que abras los ojos y que digas algo, aunque no sé exactamente qué. Hay otra familia. La mujer, atada a la silla con una ancha correa para que no se caiga, habla sin

23. Suicida

La sala está llena, tres camillas a un lado junto a las tomas de oxígeno , tres sillas en un lateral, sus tres ocupantes embo z ados. Dos de ellos tosen con m uy mala tos. En los dos lados restantes de la sala los parientes, solo puede haber uno por enfermo, pero es una norma que no se respeta. Te acaricio el pelo y las mejillas. Te pregunto, pero solo respiras levemente, como una florecilla que necesitase muy poco para sobrevivir. Luego, desde la butaca, veo tu cuerpo extendido, cubierto hasta la barbilla por una sábana. Hace mucho calor con tanta gente, pero una mujer que se pasea inquieta por la sala, el pasillo y el cuartillo de las enfermeras, y habla en voz alta con un replicante invisible, cubre a su madre en la camilla con un grueso abrigo. Con el rostro enjuto, seco, inmóvil, nadie te distinguiría del cadáver que serás. Qué hay dentro de ti ahora. Seguro que no sabes dónde estás. No sé, no puedo saber, si el calor de mi mano traspasa tu piel y llega a alguna parte de t

22. Vallejo

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Hay días, envueltos en la grisura del invierno, en los que cabe evocar e ste verso de Vallejo, Yo nací un día que Dios estuvo  enfermo Así como de la novela se espera que novele pegada a su tiempo, como un mapa fiel al territorio, de la poesía se espera intemporalidad, que sea un destilado de la experiencia del Hombre. El libro de Nórdica es bonito, el autor es conocido, aún perdura la fama de su tiempo, los dibujos estupendos, claros, limpios, pero de ningún modo surrealistas, se podría decir que acaramelan el difícil tránsito de una poesía anclada en su época al ojo del hoy lector desconcertado, aún así, la mirada se explaya en el formato, los títulos en rojo, el texto en negro, recorre la blanca superficie alrededor de los versos, descansa, se relaja, los poemas escogidos son suficientes, son  b uenas las primeras estrofas, incluso en prosa los comienzos son buenos, l a continuidad, no tanto. César Vallejo, Me moriré en París, salvaría está estrofa de un sonet

21. "El avaro silencio y la masiva noche"

Ese terrible instante final, cuando el mundo se ha callado para siempre, a solas contigo mismo, en el pavoroso silencio, donde ya no puede haber palabra sino solo comprensión, en el que aparece la pregunta, ¿Qué he hecho? Ya no hay posibilidad de enmienda, la contrición de nada sirve, nadie a tu lado puede oírte, ni castigarte ni premiarte, tú eres el tribunal que juzga y tú el juzgado. De ese juicio que se dirime en un instante sin tiempo depende que puedas expirar e n paz . La gloria o el infierno contenidos en un instante.  " El avaro silencio y la masiva noche "  ( Et l'avare silence et la massive nuit , Mallarmé)

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Nos une la poesía ahora que otras manos te cuidan en un lugar donde no has hecho casa manojo de sensaciones brutas placenteras unas dolorosas muchas apegada a la esencia de las cosas a la niña que fuiste antes de mujer entregada al sol y a su falta imágenes invisibles pueblan tus ojos ya casi te posee el silencio liberada de la herencia cada hora un regalo y una cuesta un paso h acia la luz que brilla c uando abres los ojos

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Hace un aironazo, era una palabra tuya, de mil pares de demonios, iba a nevar pero el viento s e ha llevado las nubes. Desde esta ventana del segundo piso llega el sol libre de atmósferas. Recuesto tu cabeza contra el cristal. El viento con su violencia energética se cuela por las ventanas haciendo que por donde pasa sea su instrumento. Sonidos sibilantes y roncos. El sol no necesita mediadores. También a ti te llega el murmullo de las cosas, ¿ cómo las oyes, las retienes, qué significan? Parece que no te enteras, pero no es así. Me iba ya, pasaba mi mano por tu mejilla y entonces me has dicho: G racias . Te he preguntado, P or qué , y has vuelto a decir lentamente, G racias . ¿Gracias al sol, gracias al viento, a la música salvaje de la naturaleza?

18. Palabras globo

Cada día, de una garganta, de un instrumento, de una máquina surge una palabra, cada una acompañada de una cornetilla que la amplifica, y como un globo inflado de helio se arrastra por el salón, por el aula, buscando una salida hacia la avenida para sobrevolar la ciudad y perderse en el aire y escapar de la biosfera. Todos los intentos por adosarle junto a la cornetilla un peso para que quede atrapada en el bullicio de la ciudad, para que esta vez quede prendida entre las ramas de un árbol, en el pelo ensortijado de una senegalesa, en los radios de la bici de un niño, son vanos y si alguna consigue mantenerse algo más del promedio que las palabras globo permanecen junto al oído de los hombres alguien le da un alfilerazo o simplemente explota en una esquina o contra la punta de un paraguas. No era así hasta no hace mucho cuando la palabra se fijaba en piedra, o se repetía en la boca de un docto, o impresa en un libro se leía por un par y otro par de ojos, y se dejaba oír a tra

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Podría haber sido otro día, pero este en que se celebra la absurda fiesta del cumpleaños del arte, que instituyó Robert Filliou, el 17 de enero de 1963, para rememorar el hecho de que hace exactamente 1.000.000 de años, alguien dejó caer una esponja seca en un cubo de agua, es tan bueno como cualquier otro para que conectes radio clásica, de 7 a 8 de la tarde, y te enganches a la celebración Beethoven ( Si te es imposible tienes los podcast ) . Qué puedes ha c er a esa hora mejor, y aun en el entero día, para poner a prueba tu sensibilidad. De lunes a viernes haz como yo, adéntrate en las sombras de la noche y déjate llevar por la historia contada por Jan Swafford en labios de María del Ser. Voy tropezando por los senderos del castillo, aun en las noches sin luna como hoy, cuesta que prenda el silencio, antes de que la música te tome como instrumento, pero ya sabes, Beethoven, disciplina y determinación, y cuando lo logras nada lo puede igualar. Cada tecla que toque Beethoven hará v

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Está en la ventana, la cabeza contra el vidrio, los ojos cerrados, el sol sobre la cara. No hay placer mayor para ella, quizá el único . El sol se ha impuesto a las f ranjas de nubes que se interponían. Se ha adueñado, a esta hora tardía, de la mañana. Delante, si fuese un pintor decimonónico, vería la gran mancha verde de las eras, el camino ocre que serpea hacia el puente sobre la vía, los montes grisáceos un poco más lejos, con los tonos verdes de las praderas en cuesta y los m ás oscuros de las encinas, la arboleda desnuda junto al río, algunas palomas sobrevolando, un a guilucho más arriba, grajos en los tejados, algún tordo, los campos arados entre las eras y el arroyo, y el caserío, pero no puede ser un pintor posimpresionista con los ojos cerrados. Recibe el sol en la cara pero le niega los ojos. La hago caminar unos pasitos, la siento frente a la ventana del mediodía. Le digo, le pregunto, suelta alguna palabra, se deja llevar por mis brazos, por los años, por la luz y

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Franjas irregulares de sol anaranjado y violeta tendían un visillo de luz rugosa sobre el mar. Las estelas de los aviones cruzaban su blanca faz en el cielo limpio. La luna decrecía brillante. La gente se iba acumulando en el andén de la estación, no llegaban los trenes, un cierto nerviosismo afloraba. Cuando por fin llegó el primero, los asientos, los pasillos, la plataforma de espera se llenaron. Ajusté como pude la maleta y sobre ella la mochila junto a la barra de sujeción. La gente protestaba. Una chica puso su mano junto a la mía, en la barra, su piel con la mía. Había protestas, ruido, puertas que se abrían y cerraban en cada estación. Ella quitó la mano y la volvió a poner en el mismo lugar, junto a la mía. No hice ningún movimiento, nada que interrumpiese el silencio que abría su suave manto. A la altura de El Prat casi no quedaba sitio para respirar, cada cual salvaba su intimidad como podía. Ahora la chica estaba a tres cuerpos de distancia. Un arillo colgaba de su tabiq

14. Hasta aquí llegaron las aguas

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Hay días en que las fotos de los periódicos es lo más relevante, podría ir siguiendo página a página, fijándome únicamente en las fotografías para tener una idea veraz de la época, es más, si leo los textos que las acompañan la enturbian, la falsean. Hoy, 14 de enero del 2020, El Mundo, el periódico de la inteligencia española, está sembrado. Las fotos del nuevo gobierno y su falta de sustancia, donde lo único relevante es la propia imagen plasmada en el instante: la exministra de justicia, ahora fiscal general, sin transición, el jefe de la podemia enmarcado por una bandera monárquica y un maletín con el escudo constitucional, su pareja también ministra (ay, Ana botella, Ana Botella) sonriendo beatificamente al rey, el largo ministerio al completo que no cabe en una página, necesita dos, sonrientes a más no poder, cofois, ese instante, qué instante, un tal Castells que una vez existió y que ahora aparece en forma de ectoplasma como ministro, lo diré, hay que guardar el periódico de

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Paradoja. Afirmaba Borges que solo se puede definir lo abstracto. ¿Pero hay algo más abstracto que un electrón? Los físicos cuánticos no saben definirlo, sólo describir sus propiedades.

12. Satisfyer

"La fiebre atrae el canto de un pájaro andrógino y abre caminos a un placer insaciable que se ramifica y cruza el cuerpo de la tierra".         (Álvaro Mutis) Es placentero o al menos a mí me lo parece ver u oír que alguien se da placer. Comenzó justo cuando me acostaba. No le presté mucha atención pues estaba sumido en la lectura de La sala Marte. A poco de que me venciese el sueño me desperté sobresaltado por los gritos del goce. Entonces sí escuché con atención. No había dos, sino una mujer sola. Pronto supe de donde venían. Del tercero, pero no del tercero de mi comunidad, donde antes había vivido una pareja ya muy mayor cuando volvió de Buenos Aires. También ellos me despertaron alguna noche con arrumacos amorosos. Eran breves pero llamativos para su edad. Esta vez era del tercero de la comunidad vecina. Tenía puesta la radio con música ochentera, aunque la mujer era relativamente joven. No creo que sobrepase los treinta. La conocí. Una mañana una tromba de agua r

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Quedo con M. Cada vez que nos vemos practico la espejeante observación del paso del tiempo. Él es lenguaraz y yo me contengo. De hecho voy añadiendo elementos a su retrato, no demasiado favorable. Claro que él puede hacer lo mismo. Al final siempre acabamos hablando de chicas. De las mujeres que se nos han ido, de las que nos hemos ido. Un ejercicio de penosa melancolía. Comemos en uno de esos restaurantes de a miles, limpitos, aseados, donde la clase media cultural europea cree que está degustando una comida a la vez casera y moderna. A M. le gusta el formalismo. Da conversación a la camarera, le pregunta cómo le ha ido y ella responde con el mucho trabajo de las recientes navidades. Así todos los demás. Tomamos café en la última planta del antiguo Jorba. No recordaba estás vistas. Por cualquier lugar hacia el que mires, Barcelona se ha rebozado de modernidad, incluso los tejados. Aquello de la mona. Un disfraz de autoarrobamiento. Al fondo, el Montseny nevado, a los lados platos

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Por qué los rostros batasunos son tan hoscos. Es difícil detener la mirada en alguno de ellos sin sobresalto. Quizá en otro tiempo, aquél de la lucha armada, cuando eran jóvenes y matar era una aventura del espíritu zarandeado por la naturaleza, ya se sabe, juventud, rebeldía, hormonas, había alguno en el que la belleza aún no se había dispersado, todavía no sumida en la conciencia de la maldad. Recuerdo algunos, la tigresa, espectaculares ojos turquesa, Yoyes, una imagen de la juventud !inocente! Pero después, cuando pudieron dejarlo y cambiar, escogieron una variante del satanismo. El mal moldeo sus rostros. Ayudó esa moda autoimpuesta del pelo tallado, los arillos, las camisetas, el odio exhibido en la jeta. No están sólos en el mundo. Hay gente que no encuentra otro modo de apaciguar su violencia interior. Sectas, hombres lobo. La infelicidad como una forma de abyecta felicidad.

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"Todo fue muy sencillo: ocurrió que las manos que ella amaba, tomaron por sorpresa su piel y sus cabellos; que la lengua descubrió su deleite". (La noche le es propicia) ¿Tendría que haberle dicho al poeta, tras la lectura de su poemario, en el coloquio que se abrió después, que aquello que respondía a la pregunta sobre la veracidad de la historia que contaba, negándola, le condenaba a ser un poeta menor? Habría sido un acto de soberbia, la mía como lector, también de impaciencia, pues si algo nos mueve en el tránsito de la lectura es llegar cuanto antes a la verdad. Aquel poeta que luego decidió acortar su vida, aquel sí, defendió el acto poético como manifestación de la belleza. Pero dudo que un hombre pueda hacer algo al respecto. Está en nuestras manos bregar por la verdad, se podría decir que perdidos en la inmensidad del océano braceamos desesperadamente por orientarnos y llegar a la playa. Un acto de creación es hacer silencio y mirar, describimos lo mejor q

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"Nadie quiere su visión del mundo destruida si la soledad es la consecuencia". (James Clear) ¿Nadie se sobrepone si su visión del mundo es destruida a la soledad que es la consecuencia? Como la política ha dejado de tener sentido al dinamitar sus reglas, estamos en la pospolitica (hasta un editorialista se ve obligado en portada a  asegurar que el gobierno es legítimo ), solo merece la pena mirar el periódico desde la estética y la ética. Cualquier acto humano puede contemplarse desde esa perspectiva. Y cuánto se gana. En un rostro, en un hecho, en un comportamiento se cruzan ambas. Podría pensarse que el estrago de la enfermedad, incluso de la violencia o el asalto de la muerte disminuyen al hombre, lo aureolan de fealdad, pero no siempre es así. ¿O no hemos visto figuras abatidas por el dolor mostrar en su dignidad una extraordinaria belleza o en el rostro exánime atrapado el último instante de aceptación del fin? No hay otra cosa que la vida en sus infinitas variantes,

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Es una delicia dejarte llevar por los breves senderos que conducen al castillo en las horas centrales del día, aunque hay que mirar donde se pone el pie, tan sucios por los descuidados perros y sus incivicos amos, tan llenas de las caricias del sol que no muy alto traza su arco sobre el mar, mejores, sin duda, estos días de enero que los ventosos de abril o mayo. Al retostero del muro del mediodía, veo desde lo alto y en la lejanía uno de esos enormes cruceros que acaba de salir del puerto, parece inmóvil sobre el agua, pero si tomo como referencia intermedia un bloque de la urbanización de la playa, el crucero llega hasta él, desaparece en parte brevemente y lo sobrepasa, luego va desplazando su inmovilidad, acercándose a Sitges, alejándose de Barcelona. Un par de chicos, ella con un desgarro en las medias de cristal, pocas cosas con tan poco hacen a una mujer tan sexy, y él con el pelo largo y desordenado, se morrean en un banco, él dejándose hacer, tendido en diagonal, con la mano

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A veces nos ponemos retos tontos, momentos en los que la mente revolotea sin objeto. Entraba en la carretera de dos carriles que viene de la terminal 1, los pies fríos, helados los dedos que en la ducha, luego, se pondrán rojos, sobre los pedales, el sol todavía en su infancia se asomaba con timidez un poco por encima de la línea del horizonte. Me puse por delante de un coche, tenía a unos metros la línea blanca en el asfalto que llevaba a la salida hacia el parque de la playa. Me dije, si llego antes que el coche estaré a salvo. ¿A salvo? ¿De qué? A nadie le salvan. Abre los ojos. Quizá unos pocos se salvan. Además, y tú a quién salvas. ¿Hay alguien que quiera que le salves? Y si miras a largo plazo, todos estamos condenados. El coche y yo llegamos al mismo tiempo, quizá él unos milisegundos antes.

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Estoy en la estación de Lérida, el tren parado. A través de la ventana veo un cartel, dice: No tothom que va la guerra porta una arma. Cada vez que miramos un cartel, oímos algo en la radio, vemos en la tele, todo lo que no sea meramente informativo (Salida, 15 grados, Stop), nos ensucia, nos coloniza, nos degrada, violenta nuestro libre discurrir. No nos trata de igual a igual, se nos impone sin que podamos responder, solo cerrando los ojos podemos contradecir y ni aún así. Eso que dice o vemos está ya dentro de nosotros haciendo su labor, inhabilitándonos. Todo en la ciudad, y aún fuera de ella, es una ordenanza, a cualquiera hora del día, en el trabajo y en el ocio, no hay modo de estar a solas, que mi vida discurra sin intermediación, tampoco hay diálogo sino disposición a la obediencia, porque incluso en el bar o en la calle o entre amigos lo que oigo o lo que digo me toma por transmisor, pantalla y altavoz.

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Hay dos maneras de evadirse de si, de esquivar al adulto que en nosotros ha de enfrentar la vida, la abstracción y el sentimentalismo. Soy un virtuoso de lo primero, no veo el momento de pensar en el mundo y su organización, la letra escrita es mi droga, también la polémica en que me siento agusto, me espanta, me atormenta la dependencia de los demás, mejor que haya otros que dependan de mí, ser responsable de la vida de otros. Por eso valoro tanto lo que aprendo de ella, la paciencia y la lentitud. Quizá al final se nos juzgue, por el tribunal de la propia conciencia, no hay otro, por cómo hemos tratado a nuestro prójimo cercano. Noto cómo a cada hora que pasa pierde fuerza, como la vida que la animaba hasta hace poco se le escurre, ahora ya sin altibajos sino en inexorable declive. Camino con ella hacía el sol del mediodía, ya diluida la niebla y la fría humedad que se agarraba a los bajos de la mañana evaporada, calentada por este sol que hoy sí permanece en estas pocas horas de