31. Khorog
Hoy
he visto en la tele la singular iglesia granítica de planta oval, o, quizá, en forma de vieira,
en medio de la plaza, recordaba haberla
visto hacía unos meses, ¿Extremadura, Andalucía?, había
llegado
en
bici, eso
es seguro, es
más, había dormido en ella, incluso recordaba el bombón de
chocolate que me había comido en esa
plaza,
pero no había manera de
dar con el nombre,
¿pueblo, ciudad?, hasta
que lo
he visto escrito,
Pontevedra, en letras de granito, no he podido identificarla, lo
mismo me ha ocurrido con el nombre de una chica con la que salí unas
semanas hace un año, antes
de dar con la bici en esa plaza,
no recuerdo el
nombre, tendré
que mirar en la lista de WhatsApp para ver su nombre y,
acaso,
reconstruirla como personaje,
también
recuerdo, ahora que soy consciente de los agujeros de la memoria, el
país, la ciudad, el hotel, la hora del atardecer, el parque de
estirados abedules
a cuya puerta una muchedumbre de alfombras estaba a la venta, el
puente sobre el río que se parecía al de Brooklyn y desde cuyo
tablero, a
lado y lado,
construcciones de madera, cafeterías, restaurantes y habitaciones
caían
sobre la vertiginosa
corriente, que dije, dentro de cinco años este lugar estará
concurrido a más no poder, la primorosa mezquita que
a esa hora convocaba a hombres,
mujeres y niños primorosamente vestidos a
celebrar el día, viernes, y a
orar
junto al Aga Khan, casualmente de visita, y lo recuerdo porque todos
pudimos descansar en el hotel tras una dura jornada, salvo el guía,
que se manejaba con alguna dificultad en español, porque era un
guía amanerado
y en esa ciudad
de ismaelitas, Khorog, y en ese hotel muy modernos, tanto
que
enviaban
a sus
mujeres más
capacitadas
a la universidad, salvo
que los
amanerados no eran
bien recibidos, y recuerdo que descansamos cómodamente en
el hotel, desde cuyas ventanas se
veía
el paseo ceremonial de los adolescentes en el interior de la
mezquita,
y que al
día siguiente, recuerdo,
no nos preguntamos donde el buen guía había pasado la noche,
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