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Mostrando entradas de abril, 2020

121. Abandonada

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Abandonada a tu suerte, tras el naufragio. Toda vida lo es desde el principio, un naufragio. Vamos encontrando islotes y en ellos otros náufragos con los que intimamos o nos peleamos o nos resultan indiferentes. Parece que vayamos a echar raíces pero son tan cortas que una ventolera las arranca y nos devuelve al ancho océano. Así ahora tú, devuelta al mero respirar. Aspiras y expiras sin consciencia, engulles lo que te acercan a la boca, te incorporan y limpian, te acuestan, no sé si una mano cercana genera suficiente corriente eléctrica en tu piel para que se active la humanidad que todavía hay en ti.

120. Cadena trófica

Día pocho, propicio a la melancolía. Almas mornes, hundidas, por las aceras. Todo lo que alcanzo a oír, al final, de pasada, “Dales un beso a los niños”. Pienso, mientras subo por la pineda, en la cadena trófica. En dirección inversa a la cadena alimenticia, el alma se alimenta con el maná que cae de arriba: poetas, músicos, filósofos, científicos. Tienen ideas, las exponen, y en escalones sucesivos impregnan, como el virus, de modo parecido al virus, a otros que los leen o escuchan, que a su vez, en una ramificación irregular, divulgando, degradando, haciendo asimilar, sueltan esas ideas, a veces buenas, a veces malas. La vida del alma es un degradado, del que la mayoría bebe, como gatos que comen las migajas que la señora de la bolsa les suelta a mediodía. Vida por delegación, subsidiada (ahora aparece el gran peligro de que lo mismo suceda con la vida material, económica, una paga que agradecer ), domesticada. Cada vez menos vive la gente de sí misma. Seguridad, confort, frente

119. Gauden

Su padre estaba hospitalizado. Ese hospital ya no existe, ha sido sustituido por un flamante paquebote de muchas alas donde el dolor se diluye en la inmensidad. Los hospitales deberían preservarse como museos de la enfermedad y el dolor. Si recordamos, si queremos recordar, momentos importantes de nuestra vida han quedado atrapados en ellos. Algunos, muchos, gozosos, nacimientos, recuperaciones, sanaciones, reencuentros familiares, conocimiento de otras personas con quienes compartir l as emociones básic as . Otros dolorosos. Del antiguo hospital, las 300 camas se le decía, echado abajo con la prontitud de concejalía de urbanismo, queda una explanada y las vallas que lo circunda b an. Éramos jóvenes, desconocíamos la gravedad. Aprovechamos el encuentro para voltear por la ciudad. De joven está uno lleno de proyectos y quiere contarlos. No se cumplen, pero compartirlos es una necesidad de la eufórica juventud. Uno de a quellos días, mientras estábamos en un bar departiendo, muri

118. Ángeles

Somos proverbialmente egoístas. Incluso cuando nos compadecemos. Entonces lo hacemos desde una posición de superioridad: estamos más sanos, nos ha ido mejor en la vida, estamos pasando un buen momento. La memoria puede traernos casi al 50% pasajes compasivos y pasajes patéticos. Sucede que estos son más duraderos, lo que nos da pie a creer que hemos sido innecesariamente humillados. Sobre todo en el amor. Nos lamentamos, nos hundimos, lloramos como perros abandonados. Pero la memoria inversa es voladiza. Recuerdo un atardecer que el tren de cercanías me devolvía de Barcelona. Venía entre papeles y libros, como siempre, reteniendo entre las cabezas del vagón los ojos de una mujer guapa. Sonó el móvil. Me sorprendió quien me llamaba. Ángeles. No habíamos alternado mucho. Yo conocía más a su marido escritor. Estaba separada. Me llamaba para ir al cine aquella tarde, así de sopetón. Me quedé desconcertado. Sobre la marcha trabé una excusa. Acababa de llegar un amigo, iba a recibi

117. Vacío

Vacío. Bajo hacia el centro en busca de pan y del periódico. Es mediodía. Hay niños con padre o madre pero pocos, menos de los que cabría esperar. Protegidos con mascarillas, los padres pegados a sus criaturas , amarrados casi, como mascotas. Entre los adultos los hay de dos tipos. Los absolutamente protegidos, con dos o tres piezas delante del rostro y guantes y los despreocupados del todo, sin ningún tipo de protección. C omo ese vídeo robado que acabo de ver donde al vicepresidente le pillan haciendo la compra en el súper, con los leves guantes que te dan en el súper, pero sin ningún tipo de protección facial, al igual que el guardaespaldas que le acompaña. Vacío, como si de golpe el vivir fuese una carencia. Quizá sea la sombra del día, el cielo plomizo, la baja presión. El deambular no lleva a ningún sitio, más allá de la panadería. No hay sonidos, ni las campanas de las iglesias suenan, ¿por qué? ¡Es domingo!

116. Cómo te acogieron

He cambiado las rutinas. Ya no hay más hospital. Ya te dije que el beneficio era mío. Salir de casa, ir a verte, hablarte, tocarte, mostrarte el cariño que no solía. Ahora ya no puedo hacerlo. Estás sola. No dejo de pensar en ello. Me excuso en que no sabes, que no sientes, pero no sé si eso es verdad del todo. Reaccionabas cuando te tocaba o te daba un beso. A veces, me decías adiós. No puedo saber cómo llegaste al mundo. Fuiste la menor de una larga saga de hermanos y de matrimonios. Tus padres venían de familias ya hechas, anteriores, enviudaron y formaron otra. Cómo les fue. No tengo ni idea y cuando pude preguntar no lo hice. De tu madre solo recuerdo sus últimos años encamada, enferma. Solo esa imagen, nada más, y que me reñía cuando me alzaba al aparador que estaba donde dormía para coger galletas. Con el abuelo estuve más años y tengo más recuerdos. Lo que querría saber es cómo te acogieron, si fue una alegría que llegaras, si danzaron y cantaron cuando llegas

115. Una sábana blanca

Ya cambiaban las sábanas, ya limpiaban los marcos de ventanas y puertas, ni había huella, ni un rastro quedaba ya de ti en esta habitación que durante más de un mes has hecho tuya. No había zapatillas, ni bata, ni la mantilla a cuadros, el peine negro ya no estaba. Una funda azul cubre el somier, de escay también azul la butaca en que por las mañanas te sentaban junto a la ventana. Como un a furtiv a has escapado, antes de que yo llegara, como si está doctora Herrera, quisiera desembazarse de ti. Espero a que llegue y me diga. Hay agitación en el pasillo, carros con desechos y sábanas usadas. H abitaciones desocupadas. Una gran camilla se interpone a mi paso. Una sábana blanca cubre un cuerpo, lo adivino por los bultos y formas, las formas de un cuerpo humano. Lo mueve una auxiliar que me saluda mientras aparta carros de limpieza y aparatos médicos de medida. Al teléfono, Sara me dice que ya has llegado. Estás muy delgada, dormida, arrastrada sin conciencia. No com

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"Oigo caer el tiempo, gota a gota, y ninguna gota de las que caen se oye caer" (Pessoa). Llegó un poco tarde y ya la auxiliar te daba la comida. Con que torpeza. Las sábanas, el camisón, tu cara y cuello salpicados de crema de lentejas. Se ha ido. No has comido mal y cuando te limpiaba alzando tu puñito me golpeabas, ese gesto tuyo de aproximación, cariño y confianza. Permanece en ti mucho de lo que has sido. ** Cómo nos mentimos destilando lo peor de la poesía. Hoy es el peor de todos los días. El del libro. Cómo huelen esas frases sacadas del fondo sulfuroso sin que nadie se tape las narices. Las hacemos saltar de chat en chat con la risa nerviosa del saltamontes enjaulado. Bajo el brillo que una vez, una sola vez tuvieron, rastrea nuestro espanto, la torva alegría de la muerte.

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El tiempo hacia atrás se nos escapa, tantos millones de años, y hacia adelante es infinito. Cada segundo que pasa, cada día, es suficiente. Ser ahora en este instante. No siempre es gozosa la mirada que lo mira. Aprietas los ojos, dices monosilábica que tienes frío. Te pongo una mantilla. Nos vamos enfriando hasta ser materia inerte. Viene la doctora para darte el alta. Me da el informe: Comes poco. No colaboras cuando te explora. Constantes normales.

112. Como ese árbol

Para volver limpio a la sociedad humana has de salir de ella. Mira el día, la agitada atmósfera, la tenue luz, la vida estremecida pero palpitante, a la espera, ¿será esta una pausa prolongada del gran agitador? No es posible esa vuelta para ti, solo el silencio que es la buscada consecuencia. Nada más que silencio. Tus ojos no oyen ni tu oído mira ni tu piel responde, salvo una leve contracción cuando soplo en el aire para que suene junto a ti. Qué maravilla el árbol cuando acelera su verde expansión y qué poco le amamos por todo lo que hace por nosotros. Tú y yo no viviríamos sin él. El oxígeno que hace funcionar nuestros órganos, el carbono que construye los tejidos. Como a ese árbol que hoy levemente se agita al otro lado de la ventana no te he agradecido mi ser y mi crianza. Sé que fui gozo y don para ti, fruto de tu plenitud, que te hizo plena. Gracias te digo ahora cuando es difícil que mi voz pueda traspasar el silencio que te abisma. Figuras únicas los d

111. Civilización

¿Deberíamos dejar de pensar? ¿Deberíamos suspender el trato con las cosas? ¿Deberíamos trazar una barrera con la naturaleza y no traspasarla? ¿Deberíamos dejar de ser hombres activos, ni siquiera contemplativos, que el mundo suceda con un velo interpuesto, esclavos platónicos encadenados a quienes solo se les permite mirar sombras? Alguien ha decidido. Alguien está decidiendo por mí sin consultarme. Decide qué me conviene, ejerc iendo una potestad que no le reconozco. ¿Puede imponerse a todos y todos obedecerle sin protesta? Una noche, una mañana, me convierte en una unidad contable de un rebaño y todo la civilización cae. Cientos de años construyendo al hombre, descubriendo posibilidades, incorporando a la vida derechos antes proclamados en un ejercicio de razón , afirmando el individuo su ser en libertad, su voluntad, y de golpe todo se suspende. ¿ Con tanta facilidad se disp one de nosotros? ¿Tan fácilmente decae la resistencia? A jena al mundo y a ti misma, au

110. Sensaciones

Respondes a mi voz, pero sobre todo al contacto de mi mano. A bres los ojos y te disparas: lloras y hablas. Habla tu existencia. A bro la ventana y se produce un pequeño milagro. Sacas el brazo por debajo de la mantilla que te cubre y lo estiras como para tocar el ruido y la bris a de la calle . Luego, tocas la tabla que cubre el alféizar. Durante un rato palpas la superficie, adivinando su textura, acaso su color anaranjado, las rugosidades de su lisa superficie. Te llevo la mano a la mesita del carrito móvil y la exploras como si fuese la primera vez. - Mari Paz, cariño, qué bien te veo Echas una risa sonora y cuando se va la enfermera levantas el puñito como un signo de triunfo. Te funciona mejor el tacto, como a los bebés cuando se abren al mundo conociéndolo, que el habla que no es más que eco de la memoria que desaparece, en esta desorganización que lleva a abrazarte con el ser que nacía al mundo hace tanto tiempo. Como reaccionas, despertando del duer

109. El mundo perdido de la mente

Hablamos. En realidad, con tus fantasmas. Emites una especie de llanto. Nombras a quien no conozco. D ices que te visita, alguien harto desgraciado que te hace llorar, a quien le deseas el mal que te hace. E stas recuperada, es indudable. Una recuperación ficticia. La mente no es tuya o no te confiere identidad, solo fragmentos de ella, un puzzle que ya nunca se podrá recomponer . No s é si fragmentos de memoria o cosas de la imaginación. Tan pronto como bulle, se apaga. Cada vez que te devuelvo a la luz con mi voz o con el dorso de mi mano en tu mejilla, recomienza el mundo fragmentario en el que me incluyes a veces como mujer, a veces como autoridad a la que tratas de usted, buscando una alianza contra quien quiera que mal te quiere. Fragmento del mundo oscuro al que asocia s emociones y sentimientos que se reflejan e n el movimiento de tus cejas, en la boca, en la intensidad de la mirada, en el tono de la voz, en el impulso de tu cuerpo, recobra n do lo que

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Llegó y hablas con ganas, en medio de un llanto infantil, no sé si es porque me reconoces al llegar o porque me incorporas a tu mundo interior. Te pregunto y parece que estuvieras esperando para hablar. Las frases surgen, sin contexto, pero formadas, con un sentido que solo alcanzaría significado en el orden oculto de la mente. - Mírala, mírala, la monja que queríais buscar. Hola, hola, si será malona, malona Si intento indagar sobre el significado con preguntas precisas , callas, y tras un tiempo indefinido te sumes el silencio de los ojos cerrados. Cuando te acaricio, despiertas de nuevo, con una especie de exaltación. Me sueltas una retahíla de frases a medio hacer, mirándome de frente.  - Y ésta, mira qué simpática viene para mí, tanto tanto que se queda para m í. - Qué bien de todas maneras, qué b i en, qué bien, -dices acariciando la almohada sobre la que reposan tus brazos. - Cómo te encuentras - te pregunto - Desde que te veo a ti muc

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Como siempre que me enfrento a un dilema, me debato paralizado. No soy hombre de acción. Me cuesta tomar decisiones. Sopeso sin cesar. Mi facilidad para analizar tiene su contrapartida en mi falta de determinación. Qué debo hacer. Ahora contigo. Te dan el alta. No sé qué es lo mejor. Llevarte a una residencia o cuidarte en casa. Necesitas cuidados específicos, especializados. No me veo capaz. Por otro lado, no creo que tengas mucho tiempo por delante (la doctora que te lleva no lo sabe). Me gustaría estar contigo en tus últimos días. No parece que si te llevo a la residencia podré visitarte. Pero cómo te atiendo en casa, si con tu hija no puedo contar gran cosa.

106. Despierta

Qué difícil es comprender lo que te sucede. Llego a tu habitación y de nuevo me sorprendes. Tienes los ojos abiertos de par en par. ¿Hace cuánto que no te veía despierta? Pues eso es lo que pareces hoy, despierta. Miras de frente como si estuvieses concentrada en algún pensamiento o en algún recuerdo. Empezamos una conversación con preguntas y respuestas. Tu voz suena hoy más clara, no es que sea esplendorosa, pero se entiende lo que dices. Dices que recuerdas el pueblo y tus amigos de cuando eras niña, eso dices, de cuando eras niña. No he tomado nota de las cosas que decías, absorto como estaba en el milagro inesperado de tu habla. Has comido con apetito, abriendo la boca cuando acercaba la cuchara, sin cerrar los ojos. Me has dicho hasta luego, cuando me he despedido con una punzada de culpa , aún con los ojos abiertos. De ayer a hoy, lo que no comprendo.

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Cada día que pase y la primavera se asiente el contraste entre el luminoso florecer del exterior y la aprensión interior va a ser más difícil de conllevar. Yo mismo. Me tengo por fuerte y adaptable. La adaptación a lo que sea como mi mejor virtud. Hoy estoy estresado. Dice la doctora que te va a dar el alta. Se nota que vas flaqueando pero lo haces tan poco a poco que considera que aquí no pueden hacer más por ti. Pero no puedo devolverte a la residencia tal como están las cosas y no sé si viniendo del mundo exterior contaminado te admitiesen. Y yo me veo incapaz de atenderte en la situación en que estás y lo que tengo en casa. Y justo hoy, has vuelto a los primeros días, no has querido comer nada. Nada de nada. Apretabas las mandíbulas como jaula de hierro y si conseguía forzarlas un poco mordías la cuchara con una fuerza desconocida. Y luego has dicho, Me encuentro mal. Me voy a morir . Nada en el exterior indicaba una debilidad que lo presagiase.

104. Partículas

Ha perdido el río su color, su azulada transparencia. Baja el agua disuelta en silicatos, con turbi edad amarronada . Desde donde lo observo, cosa de la perspectiva, no abarco más de unos centímetros pero me bastan para verificar que el mundo no está quieto y que la vida es un estrato que no acabamos de comprender del todo. La roca disuelta que arrastra el agua fue antes caparazones de seres vivos, diatomeas, que tras extraer el carbono del CO ² que necesita ba n para crecer y mantener su cuerpo en equilibrio, y devolver el oxígeno a la atmósfera, ca yeron al fondo del océano y se convirtieron en la roca que la orogenia prend ió y alz ó y la atmósfera desagreg ó más tarde para que ahora disuelt a vuelv a al mar. El maravilloso ciclo que hace de la Tierra un organismo vivo. Así tu te preparas para nutrir a la tierra que ofreció sus elementos para que fueras durante breve plazo feliz y desgraciada, que ha visto resbalar tus lágrimas y ha vibra do con el alboroto de tu

103. Arroparte

Quién eres, qué hay en ti de la persona que eras en los susurros que emergen de tu boca. Estoy a tu lado, de pie, no eres consciente de mí . Te escucho. Qué significa la actividad cerebral de que son indicio. Qué queda de ti. Qué te constituye ahora. ¿Sigues siendo? Qué eres ahora para mí, ¿un puñado de sentimientos que vienen del pasado?, ¿un recuerdo al que me aferro?, ¿un deber? Tu mejilla está cálida. Abres la boca para coger aire. Tu pelo cano se va cayendo cada día. Lo que me une a ti es algo qu e hemos añadido a la naturaleza, un producto del salto evolutivo que creemos propio del homo sapiens. Algo más, superior a los procesos electroquímicos. Humanidad, amor, decimos. Solo voy a estar un momento contigo. Tu hija ya te ha dado de comer. Por la ventana abierta entra un sol apagado. Te cubre una sábana doble. Cómo saber si tienes frío, si debo arroparte.

102. Un carbonero

Vengo a ti como voy al bosque A l plácido silencio indiferente Esa picaza que veo erguida sobre la rama de un plátano tiene hoy más poder que tú sobre las cosas Y o mismo no hago otra cosa que mirar y contemplarla - Quita de ahí, mira que eres tonta, - Encima que te peino - Mira que eres tonta Altanera O bserva y espanta a la paloma que una rama más abajo picotea absorta en su sustento Aunque su reino es igualmente ilusorio Cuando la picaza se va aburrida de su vago poder Sube de nuevo la corpórea paloma impulsada por frenéticas alas A   la  rama más alta Llega un diminuto carbonero  un arbolillo más acá Se acicala  C ompleto en sí Abres los ojos de par en par Sorprendida Viendo al que te mira - Qué tal estás - Bien, bien Y tras un instante intemporal los cierras de nuevo

101. Planto

Un silencio mortal, en este día de Viernes Santo, se abate sobre la ciudad. Nada salvo mi coche la recorre bajo la lluvia. El silencio puebla minucioso el hospital, las plantas, las habitaciones, los recintos de las cuidadoras. Lo rompo cuando te saludo. Estas junto a la ventana, con la palma de la mano te tapas la cara. Hablo y hablo hasta que me dices, P orque me molesta . Te molesta la luz húmeda que envuelve el día, esponjosa y abarcadora como un sudario. Silencio y humedad. El silencio del duelo quizá. Quizá se haya impuesto más allá de la cifra y el número la realidad cruda y el dolor que apareja, los insoportables muertos, su escandalosa presencia que ya no podemos ocultar. El manto sereno que se derrama lentamente sobre la tierra, una lluvia desmenuzada que cae sobre las hojas jóvenes, sobre las alas de las palomas inquietas, sobre el verde del parque y el asfalto sin alma que muere más allá de esta ventana que te niegas, o no puedes traspasar con tus débiles ojos. La

100. Sonidos

Aislarme de lo que sucede fuera de este recinto. Tu y yo a solas. Que me vean tus ojos que acabo de limpiar. Qué oigas lo que voy diciendo, en mi monólogo entrecortado. Cada día que pasa un poquito más delgada, si eso es posible, con más dificultades para decir algo, para responder o para repetir lo que te digo. Abro la ventana para que el vientecillo que llega de fuera se te pegue a la piel, te recorra la vida que trae consigo, los sonidos de la naturaleza que no cesa. Me agacho para que tu mirada se cruce con la mía. Te describo los sonidos, el zureo de la paloma, los trinos, el carraspe o de la picaza, la armónica de l jilguero, el ruido destructor de los motores. También el sonido del sol está ahí, deslizándose por entre el ramaje de los plátanos, rebotando en su corteza, reflejándose deslumbr ador en el alféizar de la ventana. No lo ves, no alcanzo a saber si mi voz te lo transmite. Un hilillo de vida, no más de un hilillo, parece sustentarte.