118. Ángeles



Somos proverbialmente egoístas. Incluso cuando nos compadecemos. Entonces lo hacemos desde una posición de superioridad: estamos más sanos, nos ha ido mejor en la vida, estamos pasando un buen momento. La memoria puede traernos casi al 50% pasajes compasivos y pasajes patéticos. Sucede que estos son más duraderos, lo que nos da pie a creer que hemos sido innecesariamente humillados. Sobre todo en el amor. Nos lamentamos, nos hundimos, lloramos como perros abandonados. Pero la memoria inversa es voladiza.

Recuerdo un atardecer que el tren de cercanías me devolvía de Barcelona. Venía entre papeles y libros, como siempre, reteniendo entre las cabezas del vagón los ojos de una mujer guapa. Sonó el móvil. Me sorprendió quien me llamaba. Ángeles. No habíamos alternado mucho. Yo conocía más a su marido escritor. Estaba separada. Me llamaba para ir al cine aquella tarde, así de sopetón. Me quedé desconcertado. Sobre la marcha trabé una excusa. Acababa de llegar un amigo, iba a recibirlo a la estación. Era verdad a medias. El amigo llegaba al día siguiente. Le dije que otro día. Pero no cumplí, no la llamé. Me sentí mal. Quedamos otras veces, pero no a solas. Enfermó gravemente, seguí desde lejos su padecimiento, su soledad. Las mujeres se entienden mejor, se manejan mejor con la empatía. Hace unos días supe que había muerto.


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