100. Sonidos



Aislarme de lo que sucede fuera de este recinto. Tu y yo a solas. Que me vean tus ojos que acabo de limpiar. Qué oigas lo que voy diciendo, en mi monólogo entrecortado. Cada día que pasa un poquito más delgada, si eso es posible, con más dificultades para decir algo, para responder o para repetir lo que te digo. Abro la ventana para que el vientecillo que llega de fuera se te pegue a la piel, te recorra la vida que trae consigo, los sonidos de la naturaleza que no cesa.

Me agacho para que tu mirada se cruce con la mía. Te describo los sonidos, el zureo de la paloma, los trinos, el carraspeo de la picaza, la armónica del jilguero, el ruido destructor de los motores. También el sonido del sol está ahí, deslizándose por entre el ramaje de los plátanos, rebotando en su corteza, reflejándose deslumbrador en el alféizar de la ventana. No lo ves, no alcanzo a saber si mi voz te lo transmite.

Un hilillo de vida, no más de un hilillo, parece sustentarte.



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