110. Sensaciones



Respondes a mi voz, pero sobre todo al contacto de mi mano. Abres los ojos y te disparas: lloras y hablas. Habla tu existencia. Abro la ventana y se produce un pequeño milagro. Sacas el brazo por debajo de la mantilla que te cubre y lo estiras como para tocar el ruido y la brisa de la calle. Luego, tocas la tabla que cubre el alféizar. Durante un rato palpas la superficie, adivinando su textura, acaso su color anaranjado, las rugosidades de su lisa superficie. Te llevo la mano a la mesita del carrito móvil y la exploras como si fuese la primera vez.

- Mari Paz, cariño, qué bien te veo

Echas una risa sonora y cuando se va la enfermera levantas el puñito como un signo de triunfo.

Te funciona mejor el tacto, como a los bebés cuando se abren al mundo conociéndolo, que el habla que no es más que eco de la memoria que desaparece, en esta desorganización que lleva a abrazarte con el ser que nacía al mundo hace tanto tiempo. Como reaccionas, despertando del duermevela, cuando hago que suene el cubilete que contiene el blíster de tu medicina, seco y distinto, atenta, en suspenso, asimilando, antes de volver de nuevo a tu interior oscuro. Aunque de vez en cuando, de las tinieblas emerge un gesto de tu mano que se eleva y dibuja algo. Cómo saber lo que ocurre ahí dentro.

Cuando te pasan de la silla a la cama te aferras al cojín como he visto hacer a Lucía cuando le entra el sueño. Lo palpas, recorres sus costuras, el tacto de terciopelo.

Te estoy agradecido. Los momentos que estoy contigo son un regalo, la vida despojada, sin mediaciones, sin deudas, sin nada a que agarrarse o que esperar, pero más que una sensación en negativo. La vida sin más. Me transmites la independencia de las cosas, el estar y el transcurrir. La vida que se afirma, un latido.


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