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A veces nos ponemos retos tontos, momentos en los que la mente revolotea sin objeto. Entraba en la carretera de dos carriles que viene de la terminal 1, los pies fríos, helados los dedos que en la ducha, luego, se pondrán rojos, sobre los pedales, el sol todavía en su infancia se asomaba con timidez un poco por encima de la línea del horizonte. Me puse por delante de un coche, tenía a unos metros la línea blanca en el asfalto que llevaba a la salida hacia el parque de la playa. Me dije, si llego antes que el coche estaré a salvo. ¿A salvo? ¿De qué? A nadie le salvan. Abre los ojos. Quizá unos pocos se salvan. Además, y tú a quién salvas. ¿Hay alguien que quiera que le salves? Y si miras a largo plazo, todos estamos condenados. El coche y yo llegamos al mismo tiempo, quizá él unos milisegundos antes.

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