23. Suicida
La
sala está llena, tres camillas a un lado junto
a las tomas de oxígeno,
tres sillas en un lateral, sus tres ocupantes embozados.
Dos de ellos tosen con muy
mala tos. En los dos lados restantes
de
la sala los parientes, solo puede haber uno por enfermo, pero es una
norma que no se respeta. Te acaricio el pelo y las mejillas. Te
pregunto, pero solo respiras levemente, como una florecilla que
necesitase muy poco para sobrevivir. Luego, desde la butaca, veo tu
cuerpo extendido, cubierto hasta la barbilla por una sábana. Hace
mucho calor con tanta gente, pero una mujer que se pasea inquieta por
la sala, el pasillo y el cuartillo de las enfermeras, y habla en voz
alta con un replicante invisible, cubre a su madre en la camilla con
un grueso abrigo. Con el rostro enjuto, seco, inmóvil, nadie te
distinguiría del cadáver que serás. Qué hay dentro de ti
ahora. Seguro que no sabes dónde estás. No sé, no
puedo saber,
si el calor de mi mano traspasa tu piel y llega a alguna parte de tu
cerebro dormido.
Pregunto
a las enfermeras sobre el riesgo de permanecer en una sala
seguramente infectada. No pueden hacer nada, dicen, separan a los
enfermos según su estado, los mueven a habitaciones o alas
diferentes. Pasan las horas, van y vienen camillas y sillas. Parece
como si te hubiesen olvidado.
De
pronto llega un grupo, vienen hablando en voz alta, agitados,
no
callan, es imposible ausentarse de su conversación. Un familiar, una
mujer, se ha tragado un puñado de pastillas, preguntan, responden,
no le van a hacer un lavado de estómago. Hablan por teléfono con la
madre de la mujer ingresada. Hermano, cuñada,
sobrina, una
enfermera amiga, otra más.
La presunta suicida hecha la culpa a la madre, la abuela, de su gesto
dramático.
Mientras los demás se despiden, 'mañana el psiquiatra', van
diciendo, como si en esa frase hubiese un remedio, una curación, un
escapulario milagroso, la nieta, al teléfono, quiere convencer a la
abuela de que en realidad lo que ha
dicho la presunta suicida no es lo que
quería decir sino
lo contrario, ellas son buenas amigas, la conoce bien. Cuando la
llamada se acaba, llora, sola, en un rincón, los sollozos audibles,
ajenos al auditorio, entre teatral y una intimidad que ha perdido el
aura.
Hacen
por fin rodar tu camilla. Te llevan a un box con muchas camas.
Procederán a un enema para liberar tus intestinos. No puedo
quedarme, me dan cinco minutos. Me llamarán por la mañana. Acaricio
tu pelo, tus mejillas, me despido de tu disminuido cuerpo.
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