18. Palabras globo
Cada
día, de una garganta, de un instrumento, de una máquina surge una
palabra, cada una acompañada de una cornetilla que la amplifica, y
como un globo inflado de helio se arrastra por el salón, por el
aula, buscando una salida hacia la avenida para sobrevolar la ciudad
y perderse en el aire y escapar de la biosfera. Todos los intentos
por adosarle junto a la cornetilla un peso para que quede atrapada en
el bullicio de la ciudad, para que esta vez quede prendida entre las
ramas de un árbol, en el pelo ensortijado de una senegalesa, en los
radios de la bici de un niño, son vanos y si alguna consigue
mantenerse algo más del promedio que
las palabras globo permanecen junto al oído de los hombres alguien
le da un alfilerazo o simplemente explota en una esquina o contra la
punta de un paraguas.
No
era así hasta no hace mucho cuando la palabra se fijaba en piedra, o
se repetía en la boca de un docto, o impresa en un libro se leía
por un par y otro par de ojos, y se dejaba oír a través de las
ventanas de la escuela, o en el púlpito, la tribuna o el estrado
adquiría una consistencia que ni el herrero en su fragua podía
deformar pues era imperativa, la misma sustancia del mundo.
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