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"Todo fue muy sencillo:
ocurrió que las manos
que ella amaba,
tomaron por sorpresa
su piel y sus cabellos;
que la lengua
descubrió su deleite".

(La noche le es propicia)

¿Tendría que haberle dicho al poeta, tras la lectura de su poemario, en el coloquio que se abrió después, que aquello que respondía a la pregunta sobre la veracidad de la historia que contaba, negándola, le condenaba a ser un poeta menor? Habría sido un acto de soberbia, la mía como lector, también de impaciencia, pues si algo nos mueve en el tránsito de la lectura es llegar cuanto antes a la verdad. Aquel poeta que luego decidió acortar su vida, aquel sí, defendió el acto poético como manifestación de la belleza. Pero dudo que un hombre pueda hacer algo al respecto. Está en nuestras manos bregar por la verdad, se podría decir que perdidos en la inmensidad del océano braceamos desesperadamente por orientarnos y llegar a la playa. Un acto de creación es hacer silencio y mirar, describimos lo mejor que podemos lo que tenemos alrededor, horrorizados ante la mentira, con un momento de locura cuando el sol nos alimenta. La belleza es intangible, aparece en la contemplación, en raras ocasiones el autor la ve en la emergencia de su obra, en el taller.

Yo le exigía demasiado, en aquel momento, al poeta. JAG. En aquella época la exigencia de verdad era menor, él y sus lectores nos conformábamos con el efecto de verdad, la verdad de las mentiras, aún hoy. Pero los tiempos son otros, hoy el imperativo es la verdad.

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