29. Un instante en el bar
Tres
chicas, con el cigarrillo y el café en la mano, hablan de Rubén, su
carga de trabajo y lo mucho que le cuesta protestar, Rubén, una, la
de
larga melena negra, levanta la cabeza, la gira y expulsa una lenta
y prolongada
bocanada de humo, cuando la devuelve a su posición natural ve que la
miro, no es particularmente atractiva, o sí, pero es mucho más
joven que yo, "Quién me defenderá de tu belleza", dice
hoy uno en el periódico, recordando las calabazas que a
Stendhal
en Roma
le dio su
amante,
lo dejó por su primo, siempre hay alguien que nos deja, a la vez que
recordaban, el articulista y Stendhal,
el amor loco de Miguel Ángel por Tomasso, treinta años más joven,
"Quién me defenderá de tu belleza", ni
que yo fuera Chaplin y tú Oona O’Neill, le digo a
la larga melena negra,
con que tú fueras la misma Oona y yo Salinger, me conformaría, un
sufrimiento creativo, ya sabes, no me ha comprendido, ha dado una
fuerte calada y me ha arrojado el humo a los ojos,
dos
mujeres comentan, ya dentro del bar, con un bocado en la boca, el
periódico en las manos, cosas a las que no llega mi oído, ¿qué
dirán?, ¿importará para el curso de sus vidas?, una pareja entrada
en años, un
poco más allá, sentada
a la mesa, una copa, un café, una revista y un deportivo, estática
y
silente, y
más
allá otra mujer sola mueve el dedo gordo en el móvil, libre la
mesa, hasta que se le acercan cuatro mujeres más, sonrientes, se
frotan las manos sin despojarse de los abrigos, llenas dentro de los
abrigos, y
en
la barra otro solitario hojea otro deportivo, mientras
la
jefa, siempre sola, aun
no me he quedado con el nombre después de tantas mañanas, entre
la barra y la cocina, a sus cosas, tarareando lo que suena en los
altavoces, música moderna, movida, de esa que no hace falta escribir
y
armonizar, tachún, tachún, y
yo
mismo, junto a la ventana, con el mundo en la mesa, con el mundo bajo
los
pies.
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