80. Hilillo
Las
flores del
cerezo japonés que lucía bajo la ventana han perdido casi todos
sus pétalos
y las que aún permanecen no brillan, como los plátanos y abedules
deshojados
de enfrente. Te encuentro sumida en la inconsciencia, aunque me dices
que estás bien. Haces una tos tan flaca que es inaudible. Miro por
la ventana a los paseantes solitarios, sin nada en las manos, salvo
un móvil, algunos, o la correa de un perro, otros. ¿Son
insolidarios con la población confinada o buscan su propia
salvación? Hay camionetas de transporte, furgonetas, coches y hasta
motos. Dos cigüeñas planean sobre el río. Vuelves hacia la ventana
tu rostro enflaquecido, medio abierta la boca, todavía no como
escultura de cera, los ojos legañosos, tu piel con pecas, el pelo
blanco alborotado. Un hilillo de aire te une al mundo.
Veo
a un hombre menudo parado en medio del paseo bajo un gran ejemplar de
una rara especie de pino, cubierto entero salvo las manos. Algo tiene
en ellas. Me cuesta adivinar. Cruza unas palabras con un hombre negro
que va hacia el centro y ha hecho un semicírculo para evitar la
cercanía. ¿Son pipas? ¿Está comiendo pipas con toda la tranquilidad, varado bajo el árbol africano?
Te
estás apagando poco a poco, me dice la doctora cuando voy a verla.
Por primera vez veo su rostro destapado. No lo entiendo, con tanto
enfermo como ve, con tantos familiares a quienes explicar cuánta
vida le queda a quien han traído hasta aquí. No lo entiendo.
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