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Te
he visto más despierta que otros días. Hemos podido conversar un
rato, sorprendentemente. Me has mirado al llegar, como
reconociéndome.
-
¿Qué tal estás?
-
Gibada
-
¿Qué
te duele?
-
La cabeza
-
¿Solo
la cabeza?, ¿algo más?
-
¿Te parece poco?
-
¿Una parte de la cabeza?
-
La cabeza, toda
-
¿Tienes frío?
-
Calor voy a tener
- ¿Has dormido bien?
Has
hecho un gesto afirmativo y
te
has
hundido
en el sueño, en
el duermevela o en ese
estado
en
que casi siempre estás.
En
el sueño algo se mueve dentro
de ti.
Alguna
cosa aparece en el movimiento de los labios, en los sonidos que
emites.
Llega
la comida. Te pregunto otra vez si
sabes dónde estás, pero
no dices nada. Vas pasando a buen ritmo la crema de carne de cerdo
hasta que parece que te atragantas.
Espero.
-
¿Quieres algo más?
-
Un poco.
La
crema de coliflor te la tomas en un suspiro, como el yogur de
vitalínea
que asegura
contribuir a una dieta equilibrada y a la actividad física. Te
limpio la cara, los ojos, la boca y el cuello con una toallita
húmeda, sin perfume. Vuelves a la somnolencia.
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