84. Desconcertado
Estoy
desconcertado. Es posible que esta sea una frase que describa lo que
nos sucede, por lo menos a aquellos que no hemos entrado en pánico o
no todavía. Pero mi desconcierto de hoy no tiene un tinte negativo.
Al contrario. Estoy en el coche esperando a que me llame Mari Paz
para subir a verte. Te da la comida. Yo leo el periódico del día.
Nada reseñable, porque este estado de excepción en el que vivimos
se ha convertido en rutina. Uno se acaba acostumbrando a todo. Los
que vivían dentro de una guerra, sabemos
por experiencias pasadas, allí
donde no estaba el frente, seguían haciendo su vida. También ahora
hay un campo de batalla con soldados en el frente, caídos y
hospitalizados, y el resto vivimos en el impasse, encerrados, pero
viendo por la pantalla lo que sucede. Mi desconcierto es otro. Me
llama Mari Paz y me dice que estás sentada en una silla. ¿Cómo?
Cuando nos damos el relevo y subo, lo veo. Estás sentada en una
silla tumbona junto a la ventana. En camisón, con la sábana que
debía cubrirte a los pies. Me miras con los ojos bien abiertos como
reconociendo mi rostro. Te pregunto, hablas con cierta fluidez,
aunque no entiendo todo lo que dices, solo lo sencillo. Te hago mirar
hacia la primavera que entra por la ventana, hacia el parque. Te
limpio un poco. Veo ahora lo delgada que estás, tus bracitos, tus
pies hinchados, tu rostro hundido. Mantienes la cabeza en el aire,
sin apoyo y hago que la recuestes porque tengo miedo que no aguante
sobre tu frágil cuello.
Cómo
es posible. Desde los primeros días de enero no te veía así, como
si se hubiese producido un milagro. Salgo hacia el despacho de la
doctora y antes de que yo pueda abrir la boca me manda sentar. Comes
bien, me dice lo que ya sé.
La tensión se ha estabilizado, has dejado de sangrar. Te ha retirado
el gotero. Vamos a esperar a ver cómo reaccionas hasta la semana que
viene y si sigues así podría darte el alta. No me lo puedo creer.
Qué ha sucedido.
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