89. Un domingo soleado de marzo



- Cómo te encuentras. ¿Te ves con fuerzas?
- Sí

Es un sí prolongado y débil.

- ¿Sabes en qué año estamos?
- Sí
- Te queda poco para llegar al año en que naciste. ¿Lo sabes? Sabes qué año era.
- Sí
- 1928. Naciste en el 28, gobernando Primo de Rivera, cuando el año se acababa, un 28 de diciembre.

Te voy dando los cuencos de crema de arroz y de abadejo a la riojana. Qué añadirá, lo de riojana. Cuando cambio de cuenco haces un gesto de disgusto, hasta que te acostumbras y entonces te lo tomas entero. Las natillas, sin añadidos, no son más que natillas. Veo que agradeces la suavidad, su frescura.

Aparecen personajes en las sombras de tus sueños, un padre y su hijo pequeño. Y un jueves. Qué sucedería ese jueves tan lejano, quizá un momento feliz que se fijó en alguna conexión neuronal. Te pregunto quiénes son, qué día era ese, pero no respondes.

- Le tenía miedo y se llamaba Tomás. Se llamaba Tomás.
- Quién era. ¿Te acuerdas?

Intento penetrar en tu sueño. Pero no, en cuanto intervengo se deshace, todo se borra.

- ¿Sabes? Es domingo, un soleado domingo de marzo.

No aprecias saberlo, no cambia nada en tu rostro saberlo. Ya no puedes saber en la que andamos metidos. A lo que más se podría parecer, de lo que conocías, es a los años de la polio, otro virus agresivo que contagió a miles de niños en los 50, hasta que llegó la vacuna en 1963.

- ¿Quieres ir a chospar? ¿Quieres ir a Solarana, a Revilla, a Villoviado, a Nebreda?
- A ningún sitio
- Por qué
- Porque no son de hablar

No consigo que me digas adiós, por más que te acaricio y te animo.

En el pasillo enfermeras y auxiliares se hacen fotos de esperanza.


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