91. Cayo
Hoy
es día frío, más que ayer. La poca gente por la calle va
enguantada y tapada hasta la
coronilla.
No sé si han visto las peores cifra, las
de hoy.
Las acabo
de ver.
El periódico que prefiero está agotado. No
quiero comprar ningún otro. Leer
periódicos o ver teles es un asco. Exculpaciones por un lado,
críticas por otro. Hay
columnistas a los que ya
leía
a medias y ahora compruebo por qué. Los
que antes se expresaban con disimulo, ahora lo hacen sin contención.
Es
más importante, para ellos, mantener la fe que informar con
precisión. Esto
está sacando lo peor de cada cual.
Qué
discusión larga y tonta en el pasillo, entre la médica y una
familiar. Hay
que cumplir las normas, nos
estamos esmerando en seguir protocolos estrictos,
y
la otra, las
cumplimos
y tal y tal, las
cumplimos
y tal y ta, y
vuelta a empezar. Solo se ha acabado cuando a la familiar le ha
sonado
el móvil a todo trapo y se
ha puesto a hablar
con una tal Mónica, dejando
ir a la doctora.
En su cabeza no cabe que su tono desabrido pudiera
molestar.
Paso
mi mano recién llegada de la calle por tu mejilla, suavemente, y te
pregunto si tienes frío. Dices que sí, que lo tienes. Abres un
poquito los ojos y lloras, dices que tienes mucho frío. Te arropo
con la mantita. Tu cuerpo está caliente. El llanto de niña no dura. Vuelves
al sueño. Llegan las auxiliares y te devuelven a la cama, con la
manta por encima. Ahora no tienes frío, me respondes. Y cuando te
pregunto si te encuentras bien, me dices que no, un simple no.
-
Dónde está tu hija - te pregunto para iniciar conversación.
-
En el Cayo - dice tu sueño medio desvelado.
-
¿En el Cayo?
-
Donde el Cayo – respondes.
Hago
memoria y no recuerdo conocer a ningún Cayo. Luego, mi hermana me
dice que sí, que había un Cayo que tenía una tienda de
ultramarinos en la calle de Santa Clara, donde solíais comprar.
Aprietas
los dientes, como si otra vez se te hubiese olvidado mover el
mecanismo de las mandíbulas. Poco a poco vuelves a abrir la boca.
Comes todo, los dos cuencos, la papilla de fruta.
Rebulles
de pronto, una ligerísima alteración, para decir,
-
31
-
¿31? ¿Qué es 31? ¿Los años?
-
Aquella chica. Treinta y una - dices. Y te vuelves a sumir en la
inconsciencia.
-
No sabes cuánto
se ha barciado - te
oigo decir.
-
¿Qué se ha barciado?
-
La leche
Como
cada día me despido con caricias y muchas veces adiós,
por
ver si me contestas. Hoy sí, he conseguido arrancarte un adiós.
Comentarios
Publicar un comentario