154. Nombre y frasecitas

Hace tiempo que abandonaron por el camino el pesado fardo de los hechos pero aún conservan, antes de convertirlo definitivamente en parodia, el fulgor juvenil, el brillo del pensamiento recién descubierto. Conservan como un ticfijado en el rostro para siempre la sorpresa del momento, aquella idea que la lectura hizo emerger en la imaginación un mundo nuevo, inesperado, el brillo que se le asoció, la añoranza de la promesa de la juventud ahora congelada en un rictus. Su actual vida pedestre, la conjunción de arribismo y pereza, de obediencia y vida profesional han degradado el mundo imaginado, así que a qué pueden remitirse sino al principio de autoridad, al nombre, al rostro en la fotografía del autor, de la autora que los deslumbró. Nada más que eso, un nombre y frasecitas, perdida toda sustancia. Sectarios.

Joder, tía, que es mujer, que es una superfilósofa, que remó en dirección contraria a la de su amante filósofo, quizá el de más nombradía del siglo XX. Qué potencia, tía, su filosofía, y cuántos temas diferentes tocó. No hay nombre alguno entre las mujeres filósofas que le haga sombra, más que eso, tía, no hay hombre que la iguale en la filosofía política.

Y se atreve a citar, en el periódico que le da de comer: "La libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos", ella, en ese periódico que hace un año echó a la mitad de la plantilla por tener ideas liberales, ella los echó y ascendió en el escalafón hasta endurecer el rictus, tía.




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