308. Turrientes

 


Mozoncillo de Oca, pueblo pequeño pero vivo. Entre la lluvia, un hombre y una mujer vestidos de manera poco convencional, extrañados de tener visita, y una manada de perros con ladridos quejosos, en espera de atención. De sus pocas casas algunas muy bien cuidadas. De la iglesia queda la torre que a pesar del abandono conserva la gallardía de su antigua importancia. Bella si se la contempla en la justa distancia, la belleza de la ruina, quizá más bella ahora bajo la lluvia que cuando su antiguo esplendor.



En el bosque cercano de robles y hayas otoñales, pasados unos kilómetros, un haya centenaria junto a un arroyuelo.




Y aún más allá Turrientes, este sí abandonado del todo. ¿Del todo? Casas bien cuidadas, con colores pastel, pueblo limpio, rodeada de una huerta preñada que alguien cuida con mimo. Paseando entre sus casas restauradas no vemos a nadie, aunque la humanidad se palpa. Alguien lo habita aunque desdeña la compañía. Es una casa dibujada en las paredes exteriores con temas infantiles, con inscripciones. Detrás de las ventanas un atisbo de luz, una especie de arco de leds. Alguien ha decidido llevar una vida fantasmal. Un pueblo que existió, que sus moradores abandonaron pero que alguien ha decidido que no muera del todo y a fe que no está muerto. La lluvia le añade misterio.


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