3. Dedos helados

 

A menudo, el exceso de confianza te juega una mala pasada. Hacía -5º esta mañana, he esperado hasta que el termómetro subiese hasta los -3º. El exceso ha consistido en querer subir por donde no debía, un camino empinado y una bajada todavía peor, confiado en que los días pasados me había ido bien sobre los restos de nieve y la fina capa de hielo. Pero el camino elegido me deparaba una sorpresa al poco de empezar: un gran charco helado que lo ocupaba por entero, salvo una estrecha franja en curva junto a la alambrada. He querido sortearlo arrimándome a la alambrada: no cabía y el manillar se ha enredado en el alambre y he caído a la charca. La capa de hielo se ha roto en pedazos y me he hundido medio cuerpo en el agua helada. La chaqueta, los guantes de la mano derecha, dos, siempre voy con dos pares en invierno, la pierna y el pie derecho empapados. Aún así he seguido, pensando que era un incidente mínimo que me permitiría continuar. Al poco, otro charco. Esta vez he decidido pasar por encima del hielo sobre la bici. El hielo se ha vuelto a romper y los trozos en el fondo han dado al traste con las ruedas y otra vez he ido al suelo, al agua. Ahora sí, he dado la vuelta, pero no hacia casa sino dando un rodeo para hacer cinco kms más. Entonces he empezado a sentir los dedos de la mano derecha fríos. Los pies estaban protegidos por las babuchas de neopreno que llevamos los ciclistas por encima de las botas. He llegado a casa con los dedos congelados. Han tardado en reaccionar bajo la axila. Me he desvestido como he podido y entonces he caído en que llevaba el móvil en la chaqueta, es decir, empapado en agua. No es la primera vez que me ocurre. La anterior cayó en una poza, era verano, lo desconecté y se salvó. Esta vez no creo que vaya a tener la misma suerte. De hecho, no se ha dejado desconectar. Pasaré unos cuantos días, hasta reyes sin móvil. A ver qué tal se me da la experiencia.