5. El frutero

 

No estaba detrás del aparador de la fruta, he tenido que llamar. Ha aparecido algo más gordo, no demasiado, igual de joven pero con la cabeza como una bombilla iluminada, como la cara brillante de la luna. No creo que me haya reconocido, han pasado muchos años y yo iba enfundado: cara, cabeza, manos. No iba a la frutería de la calle Jerez desde que mi madre estaba en sus cabales. ¿Cuántos años han pasado? Cuando estaba por aquí, la acompañaba a hacer la compra: pescadería, carnicería, frutería. Le gustaba que yo la acompañase. A mi no me apetecía, pero la acompañaba. Ahora, el frutero de la calle Jerez tampoco tiene madre. Entonces estaban los dos, la madre ordenando, moviendo las piezas de aquí para allá, charlatana, preguntando, ¿Qué tal por esos andurriales?, ¿y tus hijos?, esas cosas que la gente pregunta. El hijo, complaciente, obediente, como ahora. El tiempo parecía quieto en ese rincón, estancado, como si nada lo fuese a variar.

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