34. Morcillas
He
tocado el timbre y en ese momento me he dado cuenta de que no llevaba
dinero. Miguel
y Conchi,
así se llama la fábrica de morcillas de Sotopalacios, una entre
varias. Había parado aquí
alguna
que otra vez,
ocasionalmente. Voy,
he oído que decían desde dentro, antes de que sonase el chasquido
eléctrico que abría la puerta. Mientras la empujaba, pensaba en
Bizum,
la aplicación electrónica que transfiere dinero en el acto. Es lo
primero que he oído que decían mis labios,
-
¿Tiene la Bizum, la aplicación, en el móvil?
-
No sé qué es eso, ha dicho el hombre detrás del mostrador.
Ya
me estaba dando la vuelta sobre el suelo resbaladizo, con los
anclajes metálicos de mis botas ciclistas resbalando, cuando el
hombre dice,
-
¿Qué quería?
-
Dos morcillas y un chorizo, pero es que no tengo dinero
-
No importa, ya me pagará
Venía
con la bici desde Rioseras y se me han antojado las
morcillas.
El hombre, delgado, de rostro afilado, llevaba un mono y un delantal
blanco, y un gorro de cocinero igualmente blanco, con algunas
pequeñas manchas rojizas en las superficies. Es la primera vez que
lo veía.
-
Cuando
vuelva, a quién le pago
-
A
cualquiera que esté aquí.
No
me ha pedido el nombre, ni el teléfono, ni se me ha ocurrido
dárselos.
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