38. Cae el instante eterno
Esperaba
en el coche. Mari
Paz
compraba
una barra de pan y una botella de vino. Una pareja atravesaba la
calzada, se dirigía a un
portal. Se
apoyaba ella
en
un bastón metálico serigrafiado, con adornos en la empuñadura, él
le
tocaba
con
ligereza
en el codo del otro brazo. Ni
contentos ni tristes, caminaban como caminarán en
un
día cualquiera. Creemos que este instante por el que pasamos sin
conciencia se prolongará, que después de él vendrán otros
iguales. No sabemos o no queremos saber que el instante que viene, el
inmediatamente posterior y
el siguiente es
una caída, al
que sigue otra caída, de ninguna de las cuales nos vamos a
recuperar.
La
nívea
Luna,
alineada
con
los
gemelos,
justo debajo de Castor
y Pólux,
atraviesa
una maraña de nubes que preparan la lluvia de mañana. A esa Luna
llena, poderosa y
solemne,
reta
con ímpetu cómo un lobo soberbio, en la noche iluminada, Glen Gould
atacando
con
un golpe de genio el primer
allegro
del “Emperador”.
Con
sus maneras espontáneas, sus manías y su virtuosismo Gould vivía
el instante eterno, aún
lo escucho tan poderoso como
la Luna
es
hermosa
y sexy.
Primero
Gould, tú y yo después, el concierto de Beethoven más tarde, y
hasta la nívea Luna y la Venus brillante
que se alza en el oeste pasto seremos del olvido.
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