64. Aúpame (San Juan de Dios)



Hace unos días escribía esto, después de verte, hoy ya no lo podría escribir. Te has derrumbado de golpe.

Todos los placeres que no has tenido, que ya nunca tendrás como el vals de Shostakóvich que ahora escucho cuando voy a verte. La naturaleza no nos trata a todos por igual, tampoco la sociedad nos atiende del mismo modo. Naciste en un lugar, en una familia, en un época que te vació la vida, tuviste que dedicarte, que ofrecerte sin dejar nada de ti para ti. No sé en realidad cuánto y cuándo disfrutaste del vivir. A veces no es necesario conocer el mundo, los placeres que no están a nuestro alcance, con los nuestros, los que conocemos, nos valdría si pudiésemos disponer de ellos. No ha sido así para ti, la vida ha sido cicatera contigo, como lo es para casi toda la humanidad. Hoy hace un día espléndido, como pocos. Si de algo has disfrutado ha sido del aire libre, del caminar, del sol y el viento en la cara. Si quiero recordarte feliz ha de ser caminando o en una silla plegable en el campo en una tarde de verano. Hoy no ha podido ser, tan solo en una silla junto a la ventana, el sol en la cara.

Cada día un poquito más floja, más débil, con menos ganas. Hoy caminando abrochada a mis brazos te caías, como ese Cristo que Nicodemo, en la escultura de Miguel Ángel, sostiene por debajo de los hombros. Aúpame, me dices, aúpame. Tus piernas no te aguantan. Qué pocas veces me has pedido algo, de pequeño para hacer un recado que yo hacía a desgana. De mayor nunca me pediste un favor. Para mí siempre estabas ahí, no hice ningún sacrificio por ti.



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