69. Sola



"No somos nada y esto pasa rápido, y cuando se acaba, se acaba, pero la vida es un milagro y hay que apreciar el esplendor de estar vivo... Hay que agradecer continuamente estar vivos, porque luego estaremos muertos para siempre... Cada día mueren 160.000 personas, 60 millones al año… Nuestras cenizas pesan cinco kilos. Morir es lo último que desea hacer nuestro cuerpo". (Bill Bryson, El cuerpo humano).

Estás sola. Eres la última de tu mundo. Cuando cierres los ojos definitivamente casi todas las personas que fueron importantes para ti y que nadie más recuerda desaparecerán de la memoria colectiva. Nadie las recordará porque sus familiares son lejanos, o porque ya no tienen o porque los que las conocieron las han olvidado. Pienso por ejemplo en tus abuelos que yo no conocí. En tus tías, a las que querías y visitabas a menudo, que me hacías visitar contigo a menudo, cuando ya vivías en la ciudad, cuando volvía por vacaciones. No me gustaba nada, me aburría, protestaba, pero iba contigo a sus casas. Nos ponían una copita de moscatel con pastas. Charlabais de cosas de la familia, yo sentado a la mesa o en un rincón de un sofá, aburrido a más no poder. Apenas recuerdo sus nombres, Tanis, la ferroviaria, Lucía, con muchos hijos, y otras dos sin nombre en mi memoria, la pollera, los Barrios, decíamos, la mejor situada y la encamada ¿ Generosa?, creo. Quizá alguno de sus nietos las recuerden porque sus hijos están todos muertos, cada uno con su historia, algunas divertidas, otras exaltadas y hasta procaces, con ascensos y caídas, pero al final todas desgraciadas. Las amigas de la infancia, tus amigas de ciudad, Lucía entre todas, qué será de ella. Venía a casa, cuando ya no os reuníais a jugar a las cartas, hasta que tu mente dejó de funcionar. De todos, ellos, quedará un nombre, unos rasgos de tinta en un registro, quizá ya digitalizados, pero nada le dirán a quien mire con ojos recientes. La última de tus hermanos, la última de tus amigas, probablemente. Quedan tus dos hijos, tus dos nietos, que te recordarán distante. Has tenido a tus bisnietos en brazos, tengo fotografías en las que sonríes, pero ya entonces tú memoria no abarcaba más que el instante. Aún estás aquí, puedo mirarte, puedo acariciarte.

He abierto la ventana, ha entrado el ruido del tráfico y el fresco de la mañana. Has abierto los ojos legañosos, no sé si para sentir la mañana o como reflejo automático. La vida está aún agazapada tras ellos, resistiéndose. Mueves los labios, murmuras algo. Qué será, ¿recuerdos?, ¿mero automatismo?


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