71. Madrugar



"¿No es cierto, griegos, que en la profunda noche, mientras todo se hunde en el abismo, vivimos solo en apariencia, imaginando que un mero sueño es vida? ¿O acaso estamos vivos cuando la vida ha muerto? Páladas de Alejandría.

Recorrer la ciudad de punta a punta, en bici o preferentemente andando, en un día primaveral, sin niebla ya, las capas húmedas elevándose del suelo. Algunos coches, sin llegar al atasco, los chavales en grupos de dos o tres hacia el cole, con ingenuidad y picardía, tímidos y envalentonados a la par, las furgos de la limpieza y sus abanicos de agua en las calzadas, los mochileros del camino recorriendo la margen del río y los tristes hombres embutidos en azul hacia la oficina. Pocas cosas debe haber tan vitalizadoras. Siempre me ha parecido el mejor momento del día. Me ha gustado madrugar en las ciudades que he ido descubriendo para tomar la correspondiente dosis de vitamina vital. También hoy, la calle reclama su aventura iniciática, ajena a cualquier otra consideración que no sea ponerse en marcha. Hay una canción maravillosa que he escuchado mil veces, París s'eveille, cantada por Jacques Dutronc. Explica lo que quiero decir.

Tu aventura no está en la calle, queda reducida a esta habitación. Ni siquiera, al reducto mental que te contiene, lo que sigue haciendo que abras los ojos alguna vez, o los labios y que apenas te permite abrir la boca y desatascar los dientes cuando intento poner en ella la cuchara con algo de alimento.

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