82. Sirenas



Hoy es el cumple de Blanca. No habrá modo de celebrarlo. Las calles, hoy sí, están vacías o casi. Algún coche. Circulo lentamente, toda la calzada es mía. El tiempo no tiene valor. La quiosquera me atiende detrás de una mampara de cristal, no la tenía otros días. sentada. Comentamos algo, no sé qué. El periódico dice cosas que no dice WhatsApp, cosas que la gente no leerá, que no lee habitualmente pero que si leyera vería la vida de otro modo, no con la simplicidad con que lo hace, con mayor independencia. Información veraz es independencia.

Te da la comida Mari Paz. Espero en el coche leyendo el periódico. Cuando subo, ella baja. Pareces más espabilada, mucho más que ayer, quizá porque la comida y tu hija te han despabilado. Tenemos algo parecido a una conversación. Incluso me respondes que en San Andrés, cuando te pregunto si sabes donde estás, y después que estás luchando, y que luchas por la vida. Eso has dicho o he creído entender, tras sucesivas preguntas, aunque puede que me lo esté imaginando. Luego te describo el maravilloso día que nos regala la primavera, un día desaprovechado, salvo por la gente que tiene patio o terraza. Así los he visto, charlando algunos con los vecinos. Dices que sí, que después saldremos a dar un paseo para tomar el sol. Declino la cama, cierras los ojos. Al marchar, miro hacia el hermoso paseo de La Isla. Nadie pasea, aunque, de pronto, veo a cuatro chavales agrupados, con bolsas, cruzándolo. Serán los de hace dos días.

De vuelta a casa, experimento el extraño placer del vacío, de las calles abandonadas. Es domingo, es mediodía. Cerca de casa oigo sirenas, patrullas de policía que se ponen en marcha. Un puñado se arraciman a la entrada del cuartel municipal. Algo habrá pasado. Para qué las sirenas si las calles están vacías.


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