94. Teatro



Vuelve el abril timorato a lucirse. Aunque es un sol frío el que nos abraza, calentando los cuerpos para enfriarlos un paso más allá. No sólo lo inanimado muestra su naturaleza impasible, la propia vida se agazapa imperturbable tras la corteza de los árboles o las invisibles criaturas del aire.

En ti tampoco asoma hoy la vida. Un aire tan ligero el que recorre tu boca e insufla frágiles espasmos en tu corpórea corteza que parece que sea un flujo del espacio que te contiene.

Es la estática del dolor, el mundo previo al estallido del dolor. Nadie nos consolará. Si el fuego de piel contra piel está prohibido, si los labios no rezuman el jugo que reproduce la vida, el estallido del grito debe ser más poderoso. Ha de oírse. La tierra ha de ser un lamento, un lamento espasmódico de voces inarmónicas, desacompasadas, libres.

Me descubro hablándote como a una niña, igual que cuando he dado de comer a mis nietos, con voz melosa, alentándote, jaleando los triunfos. Te cuesta separar los dientes, las mandíbulas. Poco a poco lo consigo. Al final te lo comes todo. Pero mi alegría no ha tenido un reflejo en tu ánimo. Apagada, sin responder a mis voces de alerta. Me veo a mí cuando ibas a visitar a tu hermana Jesusa a la residencia. Hacías lo que ahora hago yo contigo. Admiraba tu gestualidad teatral, tu voz adaptada. Así ahora yo.

En el pasillo el personal de enfermería hace una breve tabla de gimnasia sin mucha coordinación y bastante jolgorio. Entran sus voces alegres por la rendija de la puerta entreabierta, se detienen un instante ante tus oídos adormilados y salen por la ventana hacia el sol que, ahora sí, cae con fuerza sobre el parque desnudo.


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