96. Adónde los llevaban
Me
llevo mal con los imprevistos, pienso, mientras conduzco por las
calles vacías, hoy sí. Ni siquiera la policía que ayer me paró y
preguntó. Me estresa. Una avería eléctrica en casa de mi hijo, un
atasco aquí, una lavadora que no va. En este tiempo paralizado. Y
soy yo quien está a cargo. El seguro me dice al atardecer, que no le
constan los datos, que la central informática no les va, que
me las apañe; al día siguiente con otra interlocutora, que sí, que
envían un técnico. Y de por medio el difícil carácter de Javier.
-
¿No vas a decir buenos días? ¿No vas a decir nada hoy? ¿Qué
tal? ¿Cómo te encuentras? ¿Has dormido bien, hoy? ¿No me vas a
decir nada? Hoy es domingo, el sol está flojeras, no quiere salir y
alegrarnos un poco. ¿No quieres abrir los ojos? ¿Vas a comer hoy?
¿Tienes hambre? Han venido a cambiarte, ¿estás bien, estás mejor?
Tampoco
esta rutina. Venir cada día, a la misma hora. Decirte las mismas
cosas. Con las ligeras variaciones del tiempo, de tu estado, un
poquito más apagado que ayer. Sin saber que oyes mi voz o sientes mi
mano en tu mejilla. Sí que debes sentirla, porque, de pronto,
quieres decir algo, mueves la boca, los labios, la lengua, intentas
decir con esfuerzo. Al fin, te sale un vaya, antes de volver
al silencio, cuando te pregunto si te sientes mejor que ayer. Pero
esta forma rutinaria de afrontar el desgaste y la desorganización no
detendrá nuestro triste destino. Dolor, impotencia.
De
fondo las campanas de las Huelgas. Otra forma autorizada de salir de
casa. Quién, hoy, se encomienda a lo sobrenatural cuando tenemos la
certeza de la materialidad de la plaga, conocemos sus límites y
composición, su cadena genética, su rastro. Solo nos falta tiempo para
controlarlo. Si en alguien no creemos es en quienes arrastran
multitudes. Adónde llevaban a quienes creyeron en ellos. Adónde.
Comentarios
Publicar un comentario