123. La erótica de la conversación



A veces piensas que el interlocutor es inteligente y sensible, pero quizá solo sea sensible o ninguna de las dos cosas. Y cuando lo descubres, te preguntas, qué hago yo aquí, por qué estoy hablando con él, por qué pierdo el tiempo. Claro que, entonces, para que guardarte las cosas que vas pensando, de qué vale saber, descubrir algo si no lo puedes compartir. Es difícil tener un amigo a quien poder escuchar sin sentir vergüenza o aburrimiento.

Sobre todo si el amigo está embebido en una narración tan bien cosida y abotonada que nada queda al albur de la realidad, incapaz de salir de ella, él mismo sastre y probador. Como tantos, atrapado en el continuum de la historia que es narración hilada y por tanto negándose la posibilidad de liberarse, de ser único y distinto.

Si está situación se prolongase nos destruiría. El distanciamiento físico exacerba las diferencias, convierte la política en el centro de la conversación: una idea de la política como manejo de ideas abstractas, sin corporeidad. En una conversación no solo hablan las palabras, también lo hacen los cuerpos que llenan de matices las secas afirmaciones. Es como en el amor erótico, cuando los cuerpos se juntan desaparecen las diferencias entre los amantes por muy pronunciadas que sean, en el encuentro erótico arden los cuerpos y la antipolítica cede ante la amistad que nace, una amistad cívica en la que Hannah Arendt ve algo más vinculante que el simple juego estratégico de oposición al adversario.


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