164. “Cada uno quiere la soledad de su ser”

                                                                       I

Todavía no, todavía un día más o unas horas más, aunque este día grisáceo ya no es tuyo, el aire no refrescará tu piel ni limpiará tus pulmones, tus ojos no se abrirán al manto de nubes rotas que marchan parsimoniosas hacia el este esperando adensarse y romper. No verás, no has visto a los hombres tapados, este mundo embozado ya no es el tuyo como no lo fue el de 1919. Tu vida ha discurrido entre dos pandemias, ninguna te ha tocado, pero has vivido cosas peores. La guerra civil, la dictadura, que tampoco te tocaron, fueron hechos menores frente a la pérdida de tus hijos, el mayor, dos gemelos, de tu marido, de las enfermedades graves que te hicieron sufrir pero que superaste y te hicieron fuerte hasta hoy, hasta estas horas últimas.

                                                                         II

Cuando nacemos somos la alegría de nuestros padres, cuando morimos la tristeza de nuestros hijos, ni al principio ni al final podemos acompañarles con las risas o con el llanto, las emociones más puras. Venimos de la nada para caer en la nada, en soledad. Lo que tenemos en común es la vida con nuestros contemporáneos. Por eso cuando celebramos la vida lo hacemos con nuestros iguales, orillando a nuestros padres y a nuestros hijos. Con ellos es otros tipo de celebración, más contenida, más formal, más constreñida. Con ellos celebramos la continuidad, porque los momentos intensos nos están vedados (una boda, un bautizo, el entierro de un familiar, el cumpleaños del abuelo, Navidad, son confirmaciones de la vida, el suceder que se repite). En los momentos realmente intensos, que sólo se dan una vez, no estamos: nacimiento y muerte. Nos dan la bienvenida o nos despiden con alegría o con pesar, en algún caso con indiferencia. Encuentro esta frase de Spinoza en una entrevista de Vargas Llosa a Borges: “Cada uno quiere la soledad de su ser”. Somos seres mortalmente solitarios.