181. Penar la curiosidad


Sobre la curiosidad, Sam Harris y Richard Dawkins, en Los cuatro jinetes del Apocalipsis, plantean preguntas interesantes. ¿Si mi curiosidad me llevase a descubrir algo que tuviese efectos devastadores sobre el mundo, debería callarme? "Esto es tan reprobable a nivel político que no puede ser cierto". Pongamos: algo que tuviese que ver con el CI de blancos y negros o con la desigualdad natural de hombres y mujeres. Por qué no todo el mundo teísta para que los musulmanes no se sintieran desiguales o minsuvalorados. O descubrir un evento destructivo que antes de fin de siglo hiciese que la humanidad desaparezca. O que ser siempre crítico con las opiniones ajenas irracionales, equivocadas, absurdas, hace a la gente infeliz porque le toca en lo íntimo. Así que la cuestión es, ¿debe la curiosidad estar regulada como hacen las religiones y las ideologías?

Esto les sirve a algunos críticos para alabar la denuncia del irracionalismo, por parte de “los cuatro jinetes”, pero criticarlos si la extienden más allá de la religión, que es donde está la gracia precisamente.

En su voluntad de ir más allá del dogma y plantear cualquier tipo de debate dialéctico, ya que las palabras no pueden hacer daño, el Nuevo Ateísmo abrió las puertas a la clase de teorías pseudocientíficas que nutren hoy al racismo medular de la alt-right. En los últimos años, Harris ha mencionado varias veces la curva de campana en su podcast [una hipótesis que ponga en cuestión una buena idea establecida, p.e. una separación genética entre blanco y negros], pero quizá la ironía más sangrante sea que tanto él como D'Souza, aquel gran enemigo del laicismo racional, hayan acabado en el mismo barco de las teorías conspiranoicas, la cruzada contra la corrección política, el ataque sistematizado a todo lo que huela a progresismo y demás pilares alt-righters”.




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