168. Prendas


Lo que más me podría hacer recordar tus días de Celada, dos años en los que paseábamos por los caminos, junto al prado al que daba cuerpo el gran sauce, al lado del arroyo, o un poco más lejos, hasta el Arlanzón, es la ropa que te ponía, el abrigo azul drapeado, los pañuelos, el bastón en el que te has apoyado durante años, en el bastón y en mi brazo, esas prendas que eran tu segunda piel, que te identificaban cuando saludábamos a la gente del pueblo, para quienes eras una habitual, a pesar de no haber nacido allí, esos paseos en los que intentaba reconstruir tu memoria, como no me voy a acordar, decías, cuando hacíamos listas de tu familia, de las cosas que hacías en casa y en el campo, de las labores estacionales o de la gente que conocías aquí, en la ciudad, si ahora las recogiese de donde se han quedado, perdida ya la vida que les dabas, la capucha que te protegía los días de viento, los pantalones caqui que ya se te caían, quizá no podría contener las lágrimas que estos días no han aflorado o no todavía, porque ellas, esas prendas, son las cosas que aún retienen la materialidad de tu ser, piel, cabellos, el aire que respirabas. Ya no las veré, Sara se encarga de llevarlas donde puedan ser de utilidad.



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