216. L


Una vida es un misterio de principio a fin. Creemos saber, pero sabemos muy poco del conocido, del amigo, de la amante, de nosotros mismos. No es que hubiese hablado mucho con ella. Unas pocas veces. Más bien soy amigo de gente que la trataba con asiduidad. Yo había hablado con ella cuatro días antes, cuatro día antes de que me fuese a Valencia, cuatro días antes de que se quitase la vida. Solo hoy me he enterado. Doy el dato de los días para que la circunstancia la humanice. Yo sabía poco de ella, de su vida familiar, de sus hijos, de su marido, sólo que parecía optimista. La veía sonreír, mostrar la cara alegre en su trabajo, en la biblioteca. El día que murió la visitó el hombre con el que salía. No le gustaba a nadie, excepto quizá a ella. Parece que hubo una discusión fuera del recinto. Era por la mañana temprano, a primera hora. La buscaron, un compañero le hizo el boca a boca, pero ya era tarde. Sus hijos tenían, tienen 5 y 2 años. Pocos conocen las circunstancias, si alguno las conoce. Quién sabe lo qué pasa en la mente humana. Quién sabe por qué se toma una resolución irremediable un día cualquiera de la semana. Después del sábado y el domingo vino el lunes. El lunes de hace tres semanas fue su último lunes. Pendía de una cuerda cuando su compañero la encontró.


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