233. Familia
“Mi historia carnal con mis hijas ha existido en una especie de destierro. ¿Se me ha negado como madre? La larga peregrinación del embarazo, con sus prodigios y sus humillaciones, la apoteosis del parto, el saqueo y la lenta reconstrucción de hasta el último rincón de mi mundo íntimo: todo eso, todo lo que ha supuesto la maternidad, se ha silenciado, se ha olvidado deliberadamente o por descuido con el paso de los años, desde los tiempos oscuros en los que, ahora así lo siento, se construyó la civilización de nuestra familia. Y, en cierto modo, yo he sido cómplice de ese pacto de silencio: una condición del acuerdo que me concedía la igualdad era que jamás invocase el primitivismo de la madre, su superioridad innata, el muñeco de vudú con el que se rompe el mecanismo de la igualdad de derechos. Una vez vi llorar a mi madre en la mesa cuando estábamos cenando; nos acusó brutalmente de que nunca le hubiéramos dado las gracias por traernos al mundo. Y después nos reímos de ella, con la mezquina crueldad de la adolescencia. Nos sentimos incómodos, con razón: nos habían acusado injustamente. ¿No era mi padre quien debería darle las gracias, por darle forma, sustancia y continuidad? Por otro lado, la aportación de mi padre, su trabajo, era equiparable a la de mi madre: era ella quien tendría que estarle agradecida, al menos superficialmente. Mi padre llevaba años yendo a la oficina y volviendo a casa con la puntualidad de un tren suizo, tan autorizado como ilícita era ella. La racionalidad de este comportamiento era lo que volvía irracional el de mi madre, porque su feminidad era pura imposición y causa, puro derroche, un problema que mi padre resolvía con su trabajo. ¿Cómo esperaba ella gratitud por algo que a nadie le parecía en el paso de los años, desde los tiempos oscuros en los que, ahora así lo siento, se construyó la civilización de nuestra familia. Y, en cierto modo, yo he sido cómplice de ese pacto de silencio: una condición del acuerdo que me concedía la igualdad era que jamás invocase el primitivismo de la madre, su superioridad innata, el muñeco de vudú con el que se rompe el mecanismo de la igualdad de derechos”. (Rachel Cusk, Despojos)
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