264. Todos somos buena gente (es lo que creemos)

 

En el orden de la vida hay quien posterga el interés personal por una idea en la que cree, y quiere que triunfe. De modo consciente o inconscientemente, encarrilamos la trayectoria vital hacia la consecución de un objetivo. Lo más habitual es entrelazar el interés propio con una motivación en la que incluimos el bien común. Sólo unos pocos viven al margen, o eso creo. Ganarse la vida dedicándose a la medicina o al magisterio o al periodismo, a la ingeniería o a la política nos hace felices si nos arregla la vida y nos llena de ardor moral. Hay profesiones que por su naturaleza están marcadas por la entrega al bien común, pero la mayoría no quiere verse tildado de egoísta o asocial. Lo ideal es combinar ambas cosas, medio con el que ganarse la vida y entrega al bien común, sin pensar en ello, sin hacer una profesión de fe pública de ello, sin exhibición de una moral superior. Pero ¿no va de soi en un médico, en un profesor, en un político? ¿Qué nos resultaría intolerable en su conducta, al menos hasta anteayer? ¿Hoy? Los telespectadores, si las cosas no salen mal del todo, si les convencen de que es por su bien, si está en la línea de lo que creen que está bien, si no ven degradada su vida de modo irremediable, tienden a olvidar o a perdonar o a no reparar en los excesos de dicción. Sócrates hubo uno en la historia de Grecia y de la filosofía, una figura que se repite en muy contadas ocasiones. Aún así, todos creemos estar entre la buena gente.


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