333. Un peripuesto que no saluda

 

La cuesta de Villanueva de Argaño a Olmillos vienes después de la cuesta que va de Las Quintanillas a Villanueva. Una detrás de otra. No es que sean muy pindias pero tienen su aquel. Subía yo la segunda pensando en las posibilidades de la ruta que iba a hacer, que si Villadiego, que si Melgar, que si Castrojeriz, cuando me ha adelantado uno. Una bici limpia como una patena, un espejo el carenado, los radios y las mariposas blancos, de una blancura primorosa, nuclear, ¿no había un anuncio que lo certificaba de ese modo?, la cadena como si la acabasen de fabricar. No me ha saludado al pasar, algo que es costumbre ciclista. No es que llevase un ritmo demoledor, de hecho, no he tenido que esforzarme para seguir su rueda, para ponerme a su altura y ascender al mismo ritmo, sin quererlo adelantar. Si él no me ha saludado yo no podía responder con buenos días al aire. Como la subida es larga, hemos hecho unos kilómetros juntos en silencio, lado a lado, a medio metro de distancia, acompasando la respiración. Ya en lo alto del páramo hemos cambiado al plato grande y he dejado que su chaqueta roja se fuera hacia Olmillos. Para qué seguir con un mudo tan peripuesto. He llegado a Olmillos, he girado hacia Villasandino, el de las dos iglesias (parece que últimamennte no veo más que pueblos con dos iglesias), y después hacia Castrillo de Murcia, el del Colacho, Villandiego y, poco antes de llegar a Yudego, veo que de frente viene el de la chaqueta roja y la barba blanca, me lo cruzo y me saluda alegre como si me conociera de siempre. No le he devuelto el saludo.


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