183. Día tercero

 

Desde el patio terraza del novísimo albergue de Gormaz contemplo la airosa fortaleza árabe que corona este pequeño pueblo soriano. Hace un momento paseaba por sus almenas mirando hacia poniente los últimos rayos del sol. Desde el este llegaba el sonido de un tractor solitario y las voces de los vecinos que en una tarde serena resuenan claras y distintas en el altavoz natural de la rocosa ladera que desciende de la fortaleza. En la cinta del Duero que al llegar aquí dibuja en una semicircunferencia el perfil del cerro en que se asientan pueblo y fortaleza, ya con el suficiente caudal como para aparentar ser un gran río, los rayos coloridos del atardecer se reflejan en su cinta. Podría ser un momento mágico, pero me conformo con la poesía que ágrafa y silenciosa se refleja en mis ojos. No hay otro fortaleza igual en la península o yo no la conozco. Las vistas desde arriba son inmejorables. Pueblos, tierras de labor, serranías hacia el sur y la Ibérica hacia el norte.


Si ayer fue un día accidentado hoy los hados se han mostrado benignos. Hemos recorrido el cañón del Río Lobos, sus sendas pedregosas, y luego las más fáciles  que junto a Ucero llevan desde Hontoria del Pinar hasta El Burgo de Osma para terminar junto a esta fortaleza que ahora contemplo cuando la noche poco a poco la traspasa con sus sombras.


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