Nocturno


Como si el mundo se acabase ahí mismo, detrás de la tercera línea de edificios, un poco por encima de las columnas torcidas del aire caliente que sale de la chimeneas comunitarias y un poco más allá de las últimas luces pálidas que dan fin a la ciudad, como si alguien hubiese comprimido desde fuera una espesa capa de aire gris o de gas tóxico por encima de nuestras cabezas, un mundo finiquitado de golpe, asfixiado cuando se agote el oxígeno atrapado en la esfera del otoño desfalleciente, con unos pocos coches con luces parpadeantes entre árboles desnudos y hojas derramadas bajo lo que queda de la nieve matutina por las pocas calles visibles, sin vida, salvo algunos ladridos de perros, abandonado a su suerte por el dios airado que lo ha visto nacer y ahora lo condena, sin un Calixto y una Melibea que trencen sus vidas y hagan germinar una nueva 


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