“ El vendaval doblega los arbolillos. Sopla muy fuerte, y pronto pasará. Hoy el romano y sus cuitas son cenizas bajo Uricon” . (Alfred Edward Housman) Habíamos quedado con Pilar. Mientras llegaba la hora Enrique y yo paseábamos. Era otoño, las hojas alfombraban el paseo. La tarde tranquila y fresca sacaba a la gente a pasear. Se acababan de encender las luces cuando vimos que llegaba dejando atrás la estación de tren. En la chaqueta y falda corta plateadas rebotaba la luz, El pelo cardado le hacía parecer una cantante americana de jazz. Tuve que inclinar la cabeza para no aplastarle el pelo. De su cuello me llegó una vaharada de un perfume indefinible que me llenó. Toda aquella tarde me quedó prendido en las narinas, como si hubiese sido atrapado en una red invisible. En el Poncebos nos esperaba Étienne . Hacía tiempo que no nos veíamos. Hablamos y hablamos. No recuerdo de qué. De montaña, quizá, porque era la afición común, quizá Etiènne nos hablase de sus trabaj...
He puesto la bici en automático y he dejado que me llevase. Me ha llevado por los márgenes del río hasta el fin, hasta donde ya no podía ir más allá. Mi cabeza daba vueltas a Pozos profundos , no había espacio para nada más. Más de una vez hemos dicho que ya no había novela, que este género se había acabado. Qué tontería. No hay espacio para las malas novelas (salvo en los aparadores de las grandes superficies), las malas novelas nunca se han tenido en cuenta. Hay novelas y relatos insustituibles, ninguna otra cosa puede explicar lo que ellos explican. Así Pozos profundos . Cómo explicar esa experiencia, la madre que ve cómo su hijo se pierde, el hijo probablemente no dueño de su voluntad, sujeto a algún tipo de determinación. Hay cosas que se pueden explicar en la familia, cosas que se le pueden decir al psicólogo, cosas en las que te puede ayudar el psiquiatra. Pero hay otras que no, que se quedan atrapadas en las sinapsis neuronales, porque no se comprenden o porque son dolorosa...
H ace tiempo que abandonaron por el camino el pesado fardo de los hechos pero aún conserv a n, antes de convertirlo definitivamente en parodia, el fulgor juvenil, el brillo del pensamiento recién descubierto. Conservan como un ticfijado en el rostro para siempre la sorpresa del momento, aquella idea que la lectura hizo emerger en la imaginación un mundo nuevo, inesperado, el brillo que se le asoció , la añoranza de la promesa de la juventud ahora congelada en un rictus . Su actual vida pedestre, la conjunción de arribismo y pereza, de obediencia y vida profesional han degradado el mundo imaginado, así que a qué pueden remitirse sino al principio de autoridad, al nombre, al rostro en la fotografía del autor, de la autora que los deslumbró. Nada más que eso, un nombre y frasecitas , perdida toda sustancia. S ectarios. Joder, tía, que es mujer, que es una superfilósofa, que remó en dirección contraria a la de su amante filósofo, quizá el de más nombradía del siglo XX. Qué potencia, ...
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