63. En el hospital
«Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el cielo: un tiempo para nacer y un tiempo para morir; un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado; un tiempo para matar y un tiempo para curar; un tiempo para destruir y un tiempo para edificar…». (Eclesiastés)
Llevas
cuatro días en el hospital. Ya no hay posibilidad de moverte, de
llevarte en volandas por los pasillos. Tu cuerpo está desapareciendo
a ojos vista, consumiendo las últimas reservas, porque no comes,
nada aceptas, a duras penas agua en forma de gel en la boca con una
jeringa, y lo que te entra por el gotero. En la cama, con los ojos
cerrados, inmóvil, apenas la respiración dice que estás viva. Aún
así, hace un momento, cuando he llegado, has abierto los ojos, me
has visto y has soltado una parrafada, he cogido unas cuantas
palabras sueltas, pero no las frases. Y
más tarde, en otro leve despertar, has dicho algo de morir, no he
oído la frase entera, quizá que ya era hora o que estabas
dispuesta.
Hasta
aquí llegaron tus 91 años. Todo en tí es pasado, pero ni siquiera
la memoria es tuya, míos son los recuerdos incompletos que te
reconstruyen. Tu cuerpo no se recompondrá, la mujer que fuiste, las
muchas mujeres en realidad que atravesaron lugares y tiempos
diversos se han fundido en el aire. Ahora mismo, casa día que pasa
eres otra, ya no serás la que caminaba por su propio pie, la que
hablaba con sentido, la que dejó de hacerlo, la que dejó de comer
sólido, la que abría los ojos y distinguía las cosas, ahora solo
eres un cuerpo que está en la cama, al que hay que cambiar de
posición para protegerlo de las escaras, que cierra los ojos o no
los puede abrir, que no sabe expresarse, mantener un hilo de
comprensión con los demás, que no sabe de sus manos ni de sus pies,
ni dónde está, ni quién es, ni qué es la vida, que ha perdido el
sentido del ayer y del mañana y quizá del ahora mismo.
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